Ignacio Camacho-ABC
- La rebaja de penas a etarras deja a la oposición ante una tesitura diabólica. La de pasar por traidores o por idiotas
Los portavoces monclovitas aprovechan, como es lógico, para sembrar cizaña. Deben de llevar dos meses regocijándose en silencio del gol por la escuadra que le habían metido a toda la bancada adversaria, y acaso soñando con el momento en que la salida del primer asesino –Txapote, nada menos– les permitiera refregarle el patinazo por la cara. Descubierto el pastel, tarde para volver a cocinarlo, les cuesta disimular las ganas de reír hasta partirse la caja torácica; no todos los días tropieza uno con esta clase de maulas. El aval judicial a la investigación de Begoña Gómez auguraba al sanchismo una mala semana cuando aparecieron las derechas enredadas en su propia trampa. Y siempre dispuestas a socorrer al rival en aprietos por puro alarde de generosidad cristiana.
Ahora los responsables del autosabotaje tienen que decidir si prefieren pasar por estúpidos o por malvados, a sabiendas de que en uno u otro supuesto van a salir a gorrazos como Cagancho en Almagro. En estos casos conviene decir la verdad para no añadir al desaguisado el colofón de un engaño. Y la verdad, al menos desde un prisma racional, parece más cerca de un imperdonable error no forzado que de la apostasía de los principios por algún motivo inconfesable y opaco. Lo que no está claro es qué resulta menos grave según el pragmático maquiavelismo del estándar moral contemporáneo. Por eso el Ejecutivo, experto en tretas desaprensivas, insiste en sugerir la tesis de una oscura maniobra con vistas a no se sabe qué futura –e improbable– rentabilidad maliciosa. Se trata de encerrar a la sedicente alternativa de poder en una paradoja diabólica. La de elegir entre retratarse ante su electorado como traidores o como gilipollas.