Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 5/7/12
El pasado lunes se reunieron en Zarautz las Juntas Generales de Gipuzkoa y adoptaron una serie de medidas sobre cuyo alcance y oportunidad no tengo la intención de opinar. Ejerció de anfitrión del pleno itinerante el alcalde de la localidad, electo por Bildu, y más allá de la cordialidad que suele corresponder a esos discursos protocolaros de acogida, no desperdició la oportunidad para soltarnos su sermón. Una prédica muy curiosa, que, a fuerza de repetirse como una plegaria en boca de todos los representantes de esa coalición, se nos está convirtiendo en el único discurso saludable, por cuanto que fuera el único que podría ofrecernos la ansiada salvación. Es ese discurso repleto de “hojas de ruta”, “tiempos esperanzadores”, “normalización y convivencia” y otras lindezas, que no pasarían de ser lugares comunes si no ocultaran un propósito que en absoluto se corresponde con su supuesta intencionalidad ecuménica. ¿A quién se dirigirá el alcalde de Bildu cuando apela al acuerdo entre diferentes como visión de futuro en lugar de las polémicas y litigios en que se ven envueltos los distintos partidos? Está bien claro que se dirige a los demás, no a los suyos, dada la casi nula disposición que está mostrando Bildu para acordar con nadie nada que no surgiera de su propia iniciativa, y que lo poco que ha acordado lo ha hecho sin garantía de que fuera a respetarlo, es más, mostrando sus cartas ocultas para traicionarlo si así le convenía.
Todas las buenas palabras con las que Bildu adorna sus sermones no son sino el manto protector de la intolerancia, ese manto milagroso que ampara, sí, una hoja de ruta, pero una hoja de ruta para poder vivir en las condiciones que, en realidad, lejos de amparar impone. Acordar entre diferentes, como pedía el alcalde, no significa llegar a puntos de encuentro, sino que los “otros” estén de acuerdo con lo que a ellos se les ocurre. Y el desacuerdo implica que se pierda esa gran oportunidad para algo que siempre está por llegar y cuya irrupción sólo ellos garantizan. Lo estamos viendo en Gipuzkoa con el tema de la basura, asunto cuya hipertrofia —no parece que haya otra cosa entre nosotros— se debe a que se presta de maravilla a la concepción que tiene Bildu de la sociedad, del ejercicio de la política y de la naturaleza del poder. Por marginal que pueda parecer, la basura conjura la visión apocalíptica que ellos necesitan para dominar. Quieren salvarnos y no pueden comprender que no queramos que nos salven, que deseamos ejercer nuestra autonomía democrática hasta para condenarnos. Quieren salvarnos, sí, y cuando los procedimientos democráticos no se lo permiten, recurren a aquellos que llevan decenios ejerciendo y que, sean más o menos violentos sus métodos, se resumen en uno: la intimidación. Dicen, en unos carteles en los que señalan fotográficamente como censores a sus opositores, que ellos están cambiando Gipuzkoa. Llevan años haciéndolo, y el resultado es desolador.
Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 5/7/12