Con mucho tino, este periódico concluyó del sindiós de este martes en el Senado que Sánchez salvó los muebles a costa de seguir vendiendo la casa.
Quienes no somos muy duchos en el arte de la ebanistería hemos vivido la frustrante experiencia de ir encadenando desatinos en el curso del montaje de un mueble. Se coloca mal una pieza al principio y, cuando se avanza, se comprueba que las siguientes no encajan.
Para intentar resolverlo se afloja aquel tornillo, pero al hacerlo resulta que el tablón que con muchas fatigas habíamos conseguido alinear ya no queda recto. Y así se llega al precario equilibrio de una mesa torcida y coja en la que todo el conglomerado amenaza ruina ante el mínimo ejercicio de fuerza.
Algo así le ha ocurrido a Pedro Sánchez en su primera votación importante. Un test de estrés en el mueble de la nueva geometría parlamentaria que, como apuntan los cronistas, ha tenido el efecto catártico de evidenciar el fraude de la «mayoría progresista» y el del «acuerdo de legislatura», que no pasa de un endeble pacto de investidura.
Muchos advirtieron de la escasa fiabilidad del fabricante al que el PSOE compró el mueble de las veinte patas. Ahora ha podido descubrir que si coloca la traviesa de medidas económicas desregularizadoras para que encaje con los derechistas de la ecuación, se sale el soporte de Podemos. Si inserta la tuerca de los mandatos de la UE, se tuerce el riel de Junts.
¿Servirá el embrollo de los decretazos para que el papanatismo politológico reescriba sus cantares de gesta y admita que tras la supervivencia agónica no hay ningún alarde de genialidad estratégica?
Un manual de resistencia no es lo mismo que un manual de instrucciones de montaje. Y hasta las manufacturas belgas tienen un tope de resiliencia.
Si algo ha demostrado esta sesión de convalidación es que el Gobierno se ha quedado sin margen para el trile. Aunque pretenda seguir vendiendo su pervivencia como un triunfo, lo cierto es que Junts se amparó en un señuelo (el riesgo que supondría para la amnistía el artículo 43 bis) para forzar un regateo gracias al cual acabó obteniendo un 8×1 en concesiones.
Y no de Sánchez, que administra un patrimonio que no es suyo. Sino de todos nosotros. La privatización de la política no puede hacernos pasar por alto que a quien drenan los sediciosos en cada negociación y votación es al Estado. Al conjunto de la Nación española.
Hasta tal punto ha calado en España la consigna de que lo personal es político que las sesiones parlamentarias son ya un festival abierto de las urdimbres que tejen a puerta cerrada los jefes de las distintas familias de la partitocracia. Asistimos en condición de espectadores al mercadillo semanal en el que los oligarcas pujan por asegurarse para sus respectivas tribus un fuero a costa del bien común.
Pedro Sánchez, satisfecho tras lograr salvar dos de los tres reales decretos que pretendía aprobar
Ha calificado su Ejecutivo de «humilde» y ha dicho que, a pesar de tener que «trabajar duro» para sacarlos adelante, «bien está lo que bien acaba» pic.twitter.com/yFdduMbxqm
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) January 10, 2024
Como este martes en el Senado, se teatraliza en el salón de plenos un debate público mientras los diputados cuchichean en sus teléfonos cubriéndose los labios con la mano a guisa de bozal, y mientras se da un tráfago de ministros y portavoces por los pasillos hacia salas apartadas del hemiciclo, donde realmente se toman las decisiones.
Dentro del vistoso embalaje de la nueva España plurinacional sólo está el cochambroso fardo de la España multipartidista imposible de ensamblar.
Pero ya es tarde para revertir el proceso de desnacionalización y desgobierno al que Sánchez nos ha condenado con su excluyente política de la discordia. A la manera de lo que cuenta Eric Vuillard sobre los guardias reales que defendían la Bastilla de la muchedumbre encolerizada que la asaltaba, Sánchez ha pasado a darse cuenta de que no está protegido por un muro: está encerrado en él.