- ERC necesita tiempo para convencer al independentismo de que en una España de izquierdas no es tan urgente la independencia. Sánchez algo más que la suerte que siempre le acompaña
La reunión que hoy mantendrán Pedro Sánchez y Pere Aragonés será, en términos resultadistas, muy parecida a la que el 27 de junio de 1977 mantuvieron el presidente de la Generalitat republicana en el exilio, Josep Tarradellas, y el presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, con la vista fijada en cómo cabía proceder para restituir las instituciones catalanas que la guerra civil y el franquismo se habían llevado por delante.
La reunión fue mal porque se partía de posiciones muy alejadas. Aun así, al abandonarla una vez concluida, Josep Tarradellas comentó al corrillo de periodistas que todo había sido “muy cordial y agradable”. Tres meses después, el 29 de septiembre, el Gobierno español derogaba la ley franquista del 1938 que eliminaba las instituciones catalanas y restablecía la Generalitat provisional. Un mes más tarde, 17 de octubre, Josep Tarradellas, volvía de Francia con el cargo de presidente de la Generalitat provisional y pronunciaba desde el balcón de la Generalitat el famoso: «Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!» (ciudadanos de Cataluña, ¡ya estoy aquí!).
Si traemos a colación un hecho político ocurrido hace 44 años no es para hacer paralelismos forzados, sino para recordar que desde entonces se conoce en terminología política como “hacer un Tarradellas” al hecho de fingir que una reunión ha ido razonablemente bien, cuando en realidad ha ido indudablemente mal, para que la baraja no se rompa y se pueda continuar jugando la partida a la espera de más negociaciones y más acontecimientos.
La Moncloa y la Generalitat nos regalarán hoy un “Tarradellas”. Escucharemos de Pere Aragonés, cuando acabe la reunión, que ha hablado de todo con Pedro Sánchez —incluida la autodeterminación y la amnistía— y que hay que dar una oportunidad al diálogo y a la negociación. Y desde la Moncloa se nos dirá que Pedro Sánchez le ha recordado a Aragonès que hay que discutir solamente de las cosas que caben en la Constitución y que, efectivamente, en este nuevo tiempo de reconciliación hay que dialogar y es lo que se hará. Un Tarradellas en toda regla: aunque las posiciones de uno y otro resulten excluyentes, la reunión será “satisfactoria”. Y ya se verá.
El pacto PSOE-ERC viene funcionando razonablemente bien. Los republicanos han cumplido y cumplen su parte en el Congreso y los socialistas se han fajado para aprobar los indultos. Pero las dificultades de verdad vienen a partir de ahora.
El futuro de ambos partidos —mantenerse en el poder, que es siempre lo que está en juego— está atado a que la negociación que empezará en breve dé algún fruto. Pero la verdad es que ambos tienen muy poco margen de maniobra para alcanzar un acuerdo que resulte satisfactorio para ambos antes de que el reloj marque el inicio de la campaña de las próximas elecciones generales y llegue también la moción de confianza que deberá afrontar Pere Aragonés en el Parlamento catalán cuando cumpla dos años de mandato según fija su acuerdo con la CUP.
Así que, por mucho Tarradellas que veamos hoy, el listado de dificultades que van a tener que sortear ambos partidos es de tal magnitud que cuesta imaginar un final feliz a su aventura.
En el teatro catalán las amenazas son: a) un Gobierno débil, como lo es todo aquel que debe apoyarse en la CUP para sobrevivir. Los anticapitalistas no van a seguir por mucho tiempo más la estrategia de desinflamación que guía a ERC y al PSOE; b) la amenaza explícita para los de Oriol Junqueras de JXCAT, y en particular de Carles Puigdemont, que ha quedado al margen de la solución acordada entre republicanos y socialistas y que sigue defiendo una actitud de mayor hostilidad hacia el Gobierno español. Los resultados de las últimas elecciones catalanas han creado la ficción de que son los republicanos los que mandan, pero la situación es de un empate técnico. Por tanto, ERC no puede permitirse fugas de voto por una actitud demasiado endeble en las negociaciones con el Gobierno de España y ha de seguir defendiendo ese flanco con vehemencia, y c) las bases de ERC, tradicionalmente proclives a señalar las contradicciones de la dirección cuando no se la considera lo suficientemente independentista. Llevan tiempo disciplinadas, pero con los presos en la calle se agotará en breve el cheque de confianza otorgado por el chantaje emocional al que se ha sometido al votante independentista.
En el tablero español las amenazas son: a) las encuestas que vienen señalando un incremento de la intención de voto del PP y que actuarán como un refuerzo positivo para que la oposición mantenga y aumente su hostilidad sobre cualquier atisbo de solución negociada con el independentismo; b) el exceso de confianza de Pedro Sánchez cuando cree que la pandemia, la crisis económica y los fondos europeos son un paraguas lo suficientemente ancho para cubrir también al independentismo y acabar con sus reivindicaciones de máximos; c) la pluralidad del propio PSOE, cada vez más sanchista —como se ha visto con los indultos—, pero con suficiente diversidad como para que aflore una clara oposición interna cuando en la mesa de negociación empiece a pasarse de las palabras a los hechos, y d) el ambiente preelectoral que reinará en España en 2022 y que aconsejará no llegar a la convocatoria electoral con el asunto catalán abierto en canal.
Por último están las variables que, no siendo políticas, afectarán negativamente la negociación y sobre las que ni ERC ni el PSOE pueden actuar directamente. Los muchos juicios vinculados a los hechos de 2017 que aún quedan por celebrar, o cuestiones como las que hoy empieza a resolver el Tribunal de Cuentas, añadirán nuevos episodios de presión a la negociación.
Este mapa de riesgos, al que cabría añadir algunos más, permite entrever la dificultad a la que se enfrentan Pedro Sánchez y Pere Aragonés. De ahí que lo principal sea ganar tiempo. Chutar el balón hacia delante y evitar al máximo las concreciones que echarían a perder la negociación antes de empezarla.
Vamos a disfrutar de unos cuantos Tarradellas en el futuro. No queda otra. ERC necesita tiempo para convencer al independentismo de que en una España de izquierdas no es tan urgente la independencia y que igual con un nuevo Estatuto ya valdría (esta es parte de su estrategia) y Pedro Sánchez, a su vez, necesitará algo más que la proverbial suerte que siempre le acompaña para salir airoso en el caso de que acabe concretando algún tipo de oferta a Catalunya, aunque esta no rebase los márgenes de la Constitución.
Mientras tanto Tarradellas: la reunión ha sido muy cordial y agradable. Claro, claro.