Luis Haranburu Altuna-El Correo

Nada se sabe de las convicciones de Iván Redondo, el estratega electoral de Sánchez, pero en política vale más la táctica adecuada que todos los argumentarios impostados

Nicola Maquiavelo fue el inventor de la política moderna y el origen de múltiples epígonos que trataron de imitarlo. Sin embargo, ninguno lo superó en inteligencia y en el arte de la oportunidad. Él fue quien inventó las ventanas de oportunidad y siempre intuyó que las mentalidades eran tan maleables como inconstantes. Algunos vieron en Fouché y Tayllerand a sus mejores epígonos, pero estos no alcanzaron el grado de virtuosismo del politógo florentino. Hemos tenido que esperar al presente siglo para conocer al nuevo Maquiavelo, que ha asombrado a propios y extraños con su talento estratégico y sus novedosas tácticas políticas. Se trata de un donostiarra hijo de la hiperventilación política que Euskadi vivió en los años 90 del siglo pasado y en la primera década de este. Se llama Iván Redondo y sus méritos son tan sonados como desconocida es su personalidad.

De Iván Redondo sabemos que nació en 1981 en San Sebastián y se licenció en la Universidad de Deusto en Humanidades, para más tarde completar su formación en la Universidad George Washington. También sabemos que fue asesor de la campaña electoral de Xavier García Albiol para las elecciones municipales de 2011 con las que este consiguió convertirse en alcalde de Badalona.​ Entre 2012 y 2015 ejerció de director del Gabinete de la Presidencia de la Junta de Extremadura, con rango de consejero, asesorando a José Antonio Monago. En el País Vasco asesoró a Antonio Basagoiti. Tanto Albiol, como Morago y Basagoiti son políticos adscritos al PP, pero ello no impidió a Iván Redondo trabajar para Pedro Sánchez en la preparación de las primarias del PSOE en el año 2017. Lo importante para un asesor político no es tanto la ideología, sino la estrategia para mantener o, en su caso, alcanzar el poder. La versatilidad ideológica está al servicio de la oportunidad de lograr el poder. Fue el gran descubrimiento del autor del ‘Príncipe’ e Iván Redondo es un alumno aventajado de Nicola Maquiavelo.

A Redondo se le atribuye la condición de ideólogo de la moción de censura contra Mariano Rajoy. Tras el triunfo de esta y la investidura de Pedro Sánchez, se produjo su nombramiento como director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno mediante real decreto de 8 de junio. Una vez asentado en La Moncloa, se convirtió en el jefe de campaña de Pedro Sánchez en la victoria del PSOE en las elecciones del 28 de abril. Es todo un palmarés para alguien que apenas roza la cuarentena.

Nada se sabe de las convicciones políticas de Redondo, pero en la política contemporánea valen más la correcta estrategia y la táctica adecuada que todos los argumentarios impostados. Ha sabido diseñar una estrategia vencedora, aunque su ideario sea tan difuso como aleatorio.

Dos han sido los principales vectores que ha insuflado a la campaña de los socialistas y estos han cumplido el objetivo supremo de alcanzar el poder para Pedro Sánchez. En primer lugar, Iván Redondo ha acertado de lleno al construir un enemigo de conveniencia que ha desbaratado la unidad del centro-derecha español, utilizando el espantajo de Vox y haciendo olvidar las veleidades del sanchismo en la cuestión territorial. Se ha revelado como un alumno aventajado de Carl Schmitt, concibiendo el escenario político español como si este fuera un campo de batalla donde se enfrentan los amigos contra los enemigos. En segundo lugar, ha acertado al suplir la difusa y periclitada utopía socialdemócrata por un conglomerado ideológico compuesto de ideaciones y figuras tan líquidas y gaseosas como el feminismo, el ecologismo o el progresismo. Iván Redondo sabe bien que a las políticas de derechas e izquierdas en la Unión Europea tan solo las separa una cuestión de apreciación moral o cultural. De lo que se trata es de acentuar el perfil político de cada cual, aun a costa de falsear la realidad.

En su libro ‘Crítica de la razón cínica’, Peter Sloterdijk ha censurado el mal uso del concepto maquiavelico de razón de Estado. Según él, la «falsa conciencia ilustrada» produce un tipo de discurso que, aun sabiendo que los ideales que predica no son posibles, produce un tipo de personas que, aunque públicamente no cuestionen dichos ideales, viven al margen de ellos, con la falsa conciencia de su supremacia moral. Es esta la hora de la falsa conciencia ilustrada que prevalece frente a la genuina cultura política de la Ilustración e Iván Redondo tiene mucho que ver en ello. Pero la cosa no va hoy de diletantismos, sino de cocina.

Los donostiarras suelen honrar a sus paisanos distinguidos con el tambor de oro. Últimamente parece que el sexo importa, y mucho, en la concesión de semejante distinción, pero pienso que Iván Redondo se ha hecho acreedor de semejante honor situándose a la altura de Luis Irizar, Martin Berasategui o Pedro Subijana, flamantes tambores de oro. Al fin y al cabo, Iván Redondo se ha revelado como el mejor cocinero político desde la Transición.