Luis Ventoso-ABC

  • Lo que está pasando en España es incomprensible si no eres español

El risueño caballero Eduardo Mendoza es un novelista polivalente, capaz de escribir relatos serios de gran enjundia, como su cima, «El caso Savolta», y también astracanes que arrancan carcajadas. Entre sus sainetes más hilarantes figuran las aventuras de Gurb, un marciano que aterriza en la Barcelona preolímpica y flipa con lo que va viendo.

Si Gurb retornase desde su galaxia lejana y cayese en la actual España pandémica no entendería nada, pues a poco que te distancies de nuestra esperpéntica realidad es imposible hacerlo. A comienzos de marzo, mientras en Italia el coronavirus les llegaba hasta las cejas y mantenían todo el Norte confinado, el Gobierno español organizaba enormes manifestaciones y su experto sanitario llamaba a la calma, porque aquí no habría contagio masivo. Solo seis días después de la gran marcha del 8-M, donde enfermaron dos de las ministras organizadoras, el Gobierno cae de la burra, decreta un estado de alarma que parecía reservado a situaciones de guerra y encierra a toda la población a cal y canto hasta junio. A todas las horas del día en que Gurb enciende la televisión se topa con la cara solemne y sentida de Sánchez, o con un sanitario de melena cana y rostro desmejorado rodeado de militares. El Gobierno vive en la tele, erigido en el Gran Hermano que protege a los ciudadanos. Aun así, España lidera los rankings mundiales de sanitarios contagiados y de muertos por millón de habitantes. Pero el 4 de julio, el presidente se pone estupendo, proclama que la epidemia ha sido derrotada, anima a salir en tropel a los bares, «a disfrutar de la nueva normalidad», y se echa a un lado, pasándole el paquetón pandémico a las comunidades autónomas. La economía se va al carajo, con una caída del PIB del 17,8%, la mayor de la OCDE. Pero los españoles se pasan un verano de botellón, churrascadas familiares e imprudencia. ¡A vivir, que son dos días! El virus vuelve a dispararse y para celebrarlo, el presidente y su gran experto sanitario se van de vacaciones.

Llegan confinamientos en el cinturón de Barcelona y en zonas de Aragón y País Vasco. Pero no hay aspaviento mediático alguno y el Gobierno no dice ni mu. Con la epidemia de nuevo hasta el cuello, el único problema de España es la maldad ontológica de la Comunidad de Madrid y su fachosa mandataria. Sánchez, generosísimo, baja del pedestal y acuerda reunirse con la presidenta madrileña para trabajar juntos contra la epidemia. Cuatro días después, cuando Madrid va a presentar sus medidas, Sánchez contraprograma con una rueda de prensa exprés de su ministro en la que pone a parir a Ayuso (follón con el que el Gobierno trata de tapar otro follón, el lío que ha provocado vetando al Rey en Barcelona). En medio de todo el circo, el Rey revienta y por primera vez deja entrever que está molesto con su (des)leal Gobierno. El vicepresidente Iglesias y el ministro Garzón salen prestos a acusar al Rey de intrigar contra el Ejecutivo y atacar la Constitución (en la que ninguno de esos dos ministros cree). Fuera, la economía en picado, el país sin presupuestos y la epidemia despendolada. Gurb se sube a su nave y acelera para escapar. Ni en Vulcano está el panorama tan caliente.