- Un presidente no va por la vida dando pena: lo que da son explicaciones. Y Sánchez es incapaz de hacerlo. ¿Por qué será?
El marido de Begoña está triste, ¿qué tendrá el marido de Begoña? Anda de plañidera por los medios de comunicación amigos, esos que desarrollan una confianza directamente proporcional a la cuantía de los mimos institucionales del Gobierno, que no son pocos ni solo publicitarios.
La nueva canción del verano de este Georgie Dann apasionado de los estribillos pegadizos para públicos poco exigentes es «La máquina del fango», de la misma serie que «Salimos más fuertes», «El muro de la ultraderecha» o «La fachosfera».
Nunca ganarán un Grammy, pero moverán la cintura de quienes se conforman con un verano subvencionado en este chiringuito sin grandes medidas de sanidad ni de salud mental que ya es España, inspiradora del país de las últimas cosas del libro de Paul Auster.
Todos los amigos le han sondeado por su estado de ánimo, elucubrado sobre sus canas y preguntado por su futuro, pero ninguno le ha preguntado por lo sustantivo del asunto: ¿Con cuántas empresas, asociaciones, directivos y organizaciones ha trabajado su mujer, desde que usted es presidente, que hayan sido distinguidas por decisiones favorables del Gobierno?
La pregunta es fácil de formular y todavía más sencilla de responder: basta con hacer público, en un ejercicio saludable de transparencia voluntaria, la actividad económica, los ingresos, los bienes, las acciones, la renta y el listado de pagadores de la catedrática, para demostrar que todo está en orden y que la mujer del César ha sido imprudente, tal vez, pero a honesta no la gana nadie.
Sustituir un ejercicio tan clarificador y eficaz para zanjar esta polémica por una ceremonia lacrimógena y otra bélica contra jueces, periodistas y rivales políticos parece más una confesión y una huida hacia adelante que una postura inteligente, pues los hechos siguen ahí, los indicios también y el control del Estado de derecho en sus múltiples ramificaciones no cesará con esa burda estrategia del choque y la fuga.
Porque en el fondo de esta cuestión no está ya si Begoña Gómez prosperó profesional y económicamente por la evidente cercanía a su marido en ámbitos vinculados, de una manera u otra, a su marido. El quid es que el propio presidente puede haberse beneficiado de ello: Begoña no es un ente extraterrestre y su prosperidad no es para ella sola, lo que convertiría al propio Sánchez en benefactor de sí mismo.
El Grupo de Estados contra la Corrupción, dependiente del Consejo Europeo, reclama por todo ello un control exhaustivo de los cónyuges de presidentes, primeros ministros y altos cargos en general, con la acertada creencia de que pueden ser usados como testaferros de los intereses bastardos que pudieran tener.
Por ello invita a depositar todas sus actividades en una instancia oficial, en este caso la Oficina de Conflictos e Intereses, e incluso invita de algún modo a hacerlos públicos de manera voluntaria. España es miembro fundador del GRECO, y también objeto de sus reproches por negarse a asumir las directrices emanadas de un órgano que vela por la ejemplaridad de la actividad política.
Preguntarle al presidente no es acusarle. Fijarse en su mujer no profana ningún ámbito privado cuando su propia actividad es genuinamente pública.
Y no es, desde luego, una conspiración de ninguna máquina del fango, inexistente salvo la muy activa en Moncloa y en Ferraz: es la consecuencia de vivir en un espacio donde la rendición de cuentas públicas, el control de las decisiones y la aclaración de las dudas forma parte del manual democrático más elemental.
No todo lo que no es penal es tolerable en política, como el propio Sánchez ha defendido con Rajoy o contra Juan Carlos I, a quienes él mismo juzgó severamente pese a no tener causas abiertas o haber sido cerradas sin consecuencias legales.
Quien llegó al poder a lomos de la transparencia, exigiéndosela incluso al Rey en activo pese a su intachable comportamiento, no puede ahora ocultarse entre sombras, lágrimas, bulos y ataques para esquivar el escrutinio público que él mismo ha venido imponiéndole a todo el mundo.
Porque un presidente no da pena: ofrece explicaciones. Y si no es capaz de hacerlo y lo sustituye por una feroz campaña de descrédito y acoso a quienes se las piden, nadie en su sano juicio y con algo de decencia podrá dejar de pensar que aquí huele a gato encerrado que tira para atrás.