Eduardo Uriarte-Editores

Fue un Pedro, por cierto, el que mató a uno de sus hermanos en un edificio de Bilbao, quien descubriera mucho antes que una famosa productora el singular paraje de Gaztelugatxe. Aquel personaje, que como todo rey le preocupaba cómo iba a pasar a la historia, acabó con el apelativo de Cruel, yendo en varias ocasiones a refugiarse al singular paraje turístico por su inexpugnabilidad defensiva escapando de la nobleza que se lo quería cepillar. También, es verdad, fue nominado por los menos, mercaderes y judíos, como el de las Mercedes. Sin éxito posterior.  Está claro que se tenía que haber preocupado, entre asesinato y asesinato de sus allegados, del nombre con el que la historia le iba a deparar. (Perdonará Juaristi entrar en su terreno para introducir este texto).

Es evidente que, al Pedro de ahora, a excepción de sediciosos, filoterroristas y populistas en general, no se le recordará bien. Quizás el titulo para el recuerdo se lo puso un amigo, “el puto amo”. Y, efectivamente, cualidades de tal tiene, porque ha sabido erigir un Gobierno, es más, un sistema, inexpugnable, blindado por la corrupción política. Un muro infranqueable para los que usan las reglas del juego democrático. Los que se denominan alianza de progreso admiten cualquier aberración y arbitrariedad política por parte de su Gobierno con tal de que la derecha no gobierne. A la vez le saquean todo tipo de mercedes, y él se deja.

Sobre la tumba de su padre, Yolanda Díaz, emocionalmente expuso, en un debate dedicado a los casos de corrupción que afectan al líder del progresismo en el Congreso, su posición guerracivilista de que la derecha nunca pueda alcanzar el poder. Aunque sea la savia de la democracia la alternancia. Con su apasionada oratoria levantó un monumento funerario a la democracia, un blindaje ideológico al autoritarismo, un bastión de fortaleza superable únicamente por una estruendosa reacción social. Es evidente, por la tumba de su padre: antes la corrupción de la izquierda que la alternativa democrática. Un elogio a la ética estalinista.

El cainismo actual no es consecuencia del pasado, es un producto artificial creado por la partitocracia que genera tal rivalidad que alcanza la ruptura política. El bienintencionado constituyente no supo apreciar los riesgos, tras cuarenta años de prohibición de los partidos, de las excesivas atribuciones que se concedían a los partidos, hasta el punto de asfixiar la democracia. También pesaban en el comportamiento condicionamientos históricos, pues los partidos, especialmente durante la II República surgieron la mayoría para cargarse el sistema.

Para colmo, el constituyente tampoco apreció la dinámica centrifuga, y por lo tanto de generación de contradicciones, desigualdad y radicalismos, que un inacabado Título VIII de la Constitución, el de las autonomías, dejaba para el futuro. Ambas fallas constitucionales constituyen las asignaturas pendientes más serias y complicadas que deberá hacer frente el sucesor para evitar que el caos institucional y el autoritarismo partidista asole una nación mucho más democrática y tolerante en su ciudadanía que en su clase política, muy especialmente en la izquierda populista y en los nacionalismos. Si los nacionalismos se nutren de xenofobia, la izquierda de lucha de clases, ambos factores hacen imposible la convivencia democrática.

El cainismo, en su versión actual, el gueracivilismo, introducido en paulatinas dosis de memoria histórica o democrática, es un producto generado en la partitocracia que ha sometido la democracia. La partitocracia no solo promueve el sectarismo y la agresividad con el adversario erosionando la convivencia política, base del republicanismo, sino que promueve la jerarquización de cada partido a límites absolutos, induciendo al cesarismo en las instituciones. El discurso de Yolanda Díaz frente a Feijóo es la prueba forense del asesinato de la democracia por la partitocracia, lecho de tales aberraciones antidemocráticas.

No creo que la gente sea perversa o autoritaria por naturaleza, pero una vez que entra en un partido, su transformación síquica e ideológica se va produciendo hasta convertirlo en un ser sectario, autoritario, y poco respetuoso con el resto de los mortales. Mientras yo bajaba del monte, de la cumbre del mayor de los sectarismos y agresividad, me he ido cruzando con muchos que subían hacia ese lugar, muchos de ellos en coche oficial desde su inicio en política. No eran en principio malas personas, sectarias, xenófobas y corruptas. Los hizo la política en este régimen de partitocracia.