La respuesta de Jose Luis de la Granja ‘Aranismo e Ibarretxe’ (3-1-2004) a mi artículo ‘La crítica rutinaria al nacionalismo vasco’ (23-12-2003) me ha parecido chocante. Los profesores solemos aprender unos de otros pero, al parecer, yo he fracasado.
Ni una sola de mis matizadas reflexiones, sin concesiones a las banderías, le han motivado a De la Granja a salirse una micra de su guión y, en un juego de prestidigitación defensiva, ha pretendido incluso convertir mis notas en una reafirmación de sus categóricas y exageradas tesis interpretativas sobre el nacionalismo de hoy. Como comprenderá si así fuera no me habría tomado la molestia de escribirlas. Para mí entre el blanco y el negro hay una amplia paleta de colores.
Desde luego, la Universidad no da patentes de acierto a nadie pero ser profesional de la Historia tampoco da bula para, con lecturas del pasado, definir correctamente el presente. En estos casos la ideología propia puede jugar malas pasadas y el historiador De la Granja funcionaliza su lectura de la historia a su expresa apuesta por «el marco de convivencia» del Estatuto. Así, por ejemplo, pensar que el PNV de Ibarretxe es en los temas ideológicos (no en los táctico-estratégicos) más sabiniano que el que pactó con el PSE es más que discutible. Es más, puede muy bien ocurrir que una apuesta político-estratégica fuerte, incluso más nacionalista, venga acompañada, en cambio, de apertura ideológica. Léase para comprobarlo el tratamiento flexible de la ciudadanía, la lengua y la nacionalidad en la propuesta Ibarretxe o el concepto vigente de cultura vasca del Consejo Vasco de Cultura.
Mi supuesto desconocimiento de la «fase españolista» de Arana no se corresponde con que ya en 1980 leyera las tesis de Javier Corcuera en ‘Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco’ (Editorial Siglo XXI) sobre esa cuestión. Su relectura me confirma que no hay una explicación concluyente y que, probablemente, Arana trató de formular un confuso giro estratégico posibilista para un nacionalismo vasco entonces en dificultades, giro que «nada tiene que ver con regionalismos como el catalán ni con fuerismos» (página 549), al decir de Corcuera. Una ruptura ideológica es una cosa (casos Onaindia o Juaristi, por ejemplo) y un giro estratégico para hacer viable un ideario es otra (casos de Arana en esa fase o Felipe González en los años ochenta).
Finalmente, De la Granja convierte mi actual calidad de asesor en temas culturales y audiovisuales de la Consejería de Cultura del Gobierno vasco nada menos que en asesor de Ibarretxe y su propuesta. Ese tipo de ‘matices’ son los que convierten una afirmación en incierta.
Ramón Zallo, catedrático de la UPV. EL CORREO, 11/1/2004