El megapacto

ABC 25/02/16
LUIS VENTOSO

· Si ese era el gran parto de los montes de Sánchez y Rivera…

LA jefatura del PP continúa en su limbo, sin asumir que la ética también comporta una estética. Pese a aplicarse golpes de pecho expiatorios, persevera en algo tan engorroso como mantener a Barberá en su escaño-spa del Senado, cuando todo su equipo desfila por los calabozos. Por su parte, Sánchez, el presidente de los 90 escaños, el paladín del «tiempo nuevo», protege como su líder en Galicia a un tipo al que juzgan por algo tan grosero como trincar un piso a cambio de favores urbanísticos. Sin duda falta una última mano de lejía. Pero, apartándome de la opinión general, no creo que la corrupción sea el mayor problema español, debido a que la Policía y los jueces la están atajando y a que el Gobierno sacó adelante en la pasada legislatura 70 medidas que dificultan las alegres chorizadas de antaño (normas de limpieza que Sánchez no apoyó por mero sectarismo). Mirando a España con afecto y desapasionamiento, creo que sus problemas más graves son otros:

–Una profunda crisis de valores, que minimiza la importancia del esfuerzo particular y la responsabilidad personal, que se diluyen en la masa y el Estado. A ello se une un desprecio absurdo por las potencialidades del propio país, inoculado en gran medida por el insólito modelo televisivo que diseñó el PP. Ese pesimismo apocalíptico puede convertirse en una profecía autoincumplida.

–El separatismo, que va a más, no a menos. Con un plan en curso en Cataluña para proceder a la demolición de la nación.

–La losa de la deuda de las administraciones, que hace dudosa la viabilidad del estupendo sistema de salud y del modelo de pensiones que disfrutamos. Todo agravado por un horizonte demográfico pavoroso (deberíamos rezar para que viniesen oleadas de inmigrantes).

–La necesidad de captar más capital e inversión internacional. Esa es, por ejemplo, la fórmula de la prosperidad del Reino Unido (amén de su seguridad jurídica).

–Una Justicia exasperantemente lenta, a veces hasta el ridículo, y mal dotada.

–Un país que continúa sin engancharse en serio a la ciencia y la innovación. Nuestro último Nobel en ciencias, Severo Ochoa, data de ¡1959! (y en Estados Unidos). Desde entonces, cero patatero.

–Una educación superior que no es competitiva a nivel internacional, como acredita cada ranking. Los países mejor formados son a la larga los más exitosos, y España continúa con hitos de fracaso escolar y una universidad alérgica a la autocrítica y encantada de haberse conocido.

–La recaída en el sectarismo y el odio ideológico, aniquilando el pacto de concordia de 1978. El centro-derecha ya no es un adversario, es un enemigo apestado.

¿Qué respuestas tiene para todo esto Sánchez, el bizarro presidente de los 90 diputados? Ninguna. Dedica sus días a mirarse en el espejo en lugar de pensar en España. En cuanto a las medidas que le ha impuesto Rivera, que ha aceptado sin estudiarlas y solo por salvar su ego, parecen tan correctas como menores. Lo de nuestro cándido Albert viene a ser como tratar una tuberculosis con un Red Bull.