RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL
- Tanto el PP, Cs y Vox denuncian hiperbólicamente la deriva bolivariana, tanto Sánchez oculta sus fechorías y se jacta de una moderación que puede darle una década en el poder
Proliferan y describen una deriva inquietante de la democracia, sobre todo porque el cesarismo de Sánchez malvive con los contrapoderes. No le gustan los jueces ni la prensa. Le incomoda la jefatura del Estado. Y le desagrada todavía más el control parlamentario. Por eso gobierna desde el decretazo. Y por la misma razón aprovechó la sugestión y la psicosis del estado de alarma para desactivar la Cámara Baja durante seis meses. La durmió en un largo sueño.
Estas son las razones que deberían justificar una oposición rotunda, articulada, elaborada, pero se diría que Abascal y Casado, enemistados desde el divorcio de la moción de censura, prefieren foguearse en el folclorismo, el sensacionalismo y la ‘boutade’, no digamos cuando sobrevengan los debates morales y confesionales, como la eutanasia. Ya le gustaría a Sánchez asumir mayores poderes y explorar hasta límites magiares el propagandismo y el culto narcisista, pero también le conviene la estrategia estrafalaria del PP y de Vox. No ya porque le consiente reconstruir el espantajo de Colón y porque él mismo se vanagloria de la moderación, sino porque traslada el debate a un territorio inofensivo e inapropiado: fuegos artificiales.
Sánchez no es Maduro ni un clérigo iraní. Tampoco se le puede comparar a un sátrapa comunista. Sus desafueros son suficientemente graves e inquietantes como para juzgarlos lejos de interpretaciones catastrofistas. Hagamos memoria e inventario.
Abascal y Casado, enemistados desde el divorcio de la moción de censura, prefieren foguearse en el folclorismo, el sensacionalismo y la ‘boutade’
-Inauguró su mandato nombrando fiscala general a la ministra de Justicia.
-Intentó organizar a la medida de la coalición gubernamental la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
-Ha pactado los Presupuestos con Bildu y ha blanqueado al compadre Otegi, predisponiendo incluso una reconstrucción edulcorada de la memoria terrorista.
-Ha garantizado a ERC la reforma del delito de sedición, así como la promesa del indulto a los artífices del ‘procés’.
-Ha desprotegido la monarquía.
-Ha ‘desventrado’ la idiosincrasia del PSOE.
-Ha anunciado una comisión ‘orwelliana’ que regula la información desde la secretaría de Estado de Comunicación.
-Ha convertido RTVE en terminal de propaganda.
-Ha gestionado la pandemia del coronavirus en términos (sanitarios y económicos) catastróficos.
Podrían añadirse otros episodios alarmantes que depauperan la salubridad de la democracia sin necesidad de recurrir a paralelismos norcoreanos. Y que justificarían la cohesión de las fuerzas opositoras en busca de una alternativa equilibrada, pero la polarización del debate político malogra cualquier solución al sanchismo. Es Sánchez quien mejor excita la hipérbole del antagonismo. Y quien señala con más astucia el guirigay de los opositores.
Un buen ejemplo serán las elecciones catalanas. Observaremos la beligerancia con que el PP, Vox y Cs se disputan la bandera del españolismo y la tutela del constitucionalismo. Una batalla cruenta que beneficia al PSC de Iceta y que apuntala la homilía que Sánchez expectoró en la entrevista con Pedro Piqueras: “Este no es un Gobierno ni bolchevique ni bolivariano que vaya a romper España”, declaraba el líder socialista para eludir sus felonías.
No tenemos un Gobierno bolivariano ni bolchevique, pero sí un proyecto político sufragado por el chantajismo soberanista
Y es verdad. No tenemos un Gobierno bolivariano ni bolchevique, pero sí un proyecto político sufragado por el chantajismo soberanista que amenaza la solidaridad territorial, que recela de la monarquía parlamentaria, que maltrata la separación de poderes y que no puede ir más lejos en ciertas pulsiones autoritarias porque la Unión Europea sí ejerce un contrapeso conceptual, estructural y hasta financiero. El manguerazo de Bruselas no es posible sin las condiciones económicas y políticas que implican el aseo democrático.
Sánchez tiene delante de sí un camino virtuoso en términos de victoria y de poder. Podría sostenerse que Iglesias representa un aliado precario. Y que los partidos soberanistas serían capaces de organizarle un complot, pero ya se ocupa la oposición de garantizar a Sánchez una década en el poder. No exageramos. Porque lleva ya dos años y medio. Porque le quedan tres de legislatura. Y porque la división de la derecha en su desquiciamiento estratégico le va a permitir renovar el mandato en 2023.