Rubén Amón-El Confidencial
- El giro radical del Partido Popular amenaza su caladero centrista y beneficia las opciones de Sánchez, el gran maestro de la polarización
Conviene al presidente del Gobierno la vehemencia y la torpeza con que Casado le disputa a Abascal los espolones. El patrón de Génova 13 se ofrece al juego de la polarización, más o menos como si la expectativa de la victoria no proviniera tanto del proyecto que ofrece como del estandarte del antisanchismo. Se trata de evacuar a Pedro el Magnánimo. Y de convertir los sondeos en la prueba inequívoca de una premonición que Pablo Casado excita desde la desmesura y temeridad verbal. Como si lo hubiera poseído el éxtasis de Ayuso. Como si los pactos de Estado —pensiones, política exterior, renovación de órganos— fueran un peligro para su expediente sucesorio. Y como si el retrato hiperbólico de Sánchez exigiera una contorsión de la realidad. He aquí el contexto en que el líder popular amalgama la tergiversación de la Guerra Civil, la memoria de Ortega, el cliché del golpismo y la colusión batasunera, por no hablar de los resabios confesionales que impregnan de alcanfor sus homilías.
La alternativa de Casado requiere el apoyo parlamentario de Abascal. Y está claro también que Vox no va a ponerle grandes condiciones
Casado ha emprendido una oposición más populachera que populista, subestimando el ‘Manual de resistencia’ de Sánchez y descuidando a los votantes que se avendrían a coronarlo en nombre de una alternativa moderada y aseada. No ya los ciudadanos desamparados de Ciudadanos, sino los socialdemócratas que recelan del cesarismo y narcisismo sanchistas, derivados ambos de las urgencias darwinistas.
Razones evidentes y suficientes tiene Casado para retratar la impudicia política de Sánchez. Los indultos han corrompido la salubridad de la democracia y han contorsionado el hábitat institucional. El chantaje soberanista aspira a neutralizar los contrapoderes y a desarmar los instrumentos de escrutinio y de fiscalización.
Y es Sánchez el gran responsable de semejante deterioro, pero la excitación demoscópica de Casado ha precipitado un antagonismo irresponsable y contraproducente. Le conviene al presidente del Gobierno una oposición desquiciada. Le interesa la contumacia con que Casado frecuenta la verborrea de Abascal y blanquea a los costaleros de Vox, fundamentalmente porque la radicalidad del PP predispone la estabilidad del PSOE y ahuyenta la congoja de los indecisos.
Está claro que la alternativa de Casado requiere el apoyo parlamentario de Abascal. Y está claro también que Vox no va a poner grandes condiciones a la eventual investidura. Ni siquiera le interesa al partido ultra implicarse en un Gobierno. Terminaría fagocitado, igual que le ha sucedido a Unidas Podemos en la sumisión al PSOE de Sánchez.
Quiere decirse que Casado no necesita disputar a Vox ni el caladero electoral ni la extravagancia patriotera. Todo lo contrario. Cualquier hipótesis de sucesión a Sánchez pasa por el ensanchamiento sociológico de las urnas y por la dignidad de la candidatura en sí misma.
Casado tiene que ofrecer razones elocuentes para votar al PP. El antisanchismo puede resultar insuficiente
Debería estimular Casado un proyecto más verosímil de cuanto pueda serlo el mero antisanchismo desaforado. La desaparición del PP en Euskadi y en Cataluña implica un sobreesfuerzo electoral en otros territorios más sensibles al cambio de guardia, pero no demasiado proclives a un PP lenguaraz y vocinglero. No debería confiarse demasiado Pablo Casado a la volatilidad del exvotante de Cs. Y sí debería exponerse como una alternativa centrada y responsable. Porque no se trata solo de ‘deselegir’ a Sánchez, sino de consolidar un programa ilusionante. Casado espera la muerte de Sánchez por inanición. Que solo él pueda reemplazarlo en la Moncloa no significa que vaya a conseguirlo. Casado no puede limitarse a liderar la evacuación de Pedro. Tiene que ofrecer razones elocuentes para votar al PP. El antisanchismo puede resultar insuficiente.
Y el sanchismo, en cambio, dispone de extraordinarios mecanismos de supervivencia. No ya porque el deterioro reputacional de los indultos tiene delante de sí un largo periodo de asimilación, sino porque la campaña de vacunación y el repunte de la economía predisponen la gloria del PSOE cuando Sánchez decida convocar las elecciones a su conveniencia.
Casado no es Ayuso. Porque no gobierna. Porque carece del carisma de la presidenta madrileña. Y porque las especificidades políticas y electorales de Madrid en la revelación del 4-M no pueden extrapolarse a la realidad política española, ni ahora ni mucho menos en 2023. Casado se obstina en explicarnos por qué hay que echar de Moncloa a Sánchez, pero nunca deja claras las razones por las que hay que votarle a él.