Juan Pablo Colmenarejo-ABC
- Tendrán que pasar unas cuantas generaciones más para ningunear la proeza del Rey Juan Carlos en compañía de otros
El 78, cuando empezó todo. Después, lo demás: cuarenta y tres años. ¡Que cumpla muchos más! Un tiempo inédito, insólito e irrepetible. España ha consolidado una democracia liberal, conviene recordar lo obvio, aunque irrite a los populistas de ambos extremos, liberal es nombre propio. Nunca tanto tiempo de libertad, ni tampoco de paz sobre este suelo duro, a prueba de destrucción por parte de sus habitantes. No habrá sido por falta de intentos. Desde la primera Constitución liberal hasta la vigente, ya en la edad adulta, con el nacionalismo a la contra. El carlismo del siglo XXI ya no es montaraz sino pertinaz. Con el actual Gobierno cada día tiene su afán. Que se lo digan al PNV, que acaba de conseguir que todos los españoles paguen el AVE soterrado en Vitoria y Bilbao para después quedárselo en propiedad. El nacionalismo se activa con cada crisis del orden liberal. La debilidad parlamentaria y el instinto de supervivencia del sanchismo facilitan la deconstrucción del 78. Los independentistas tantean, palpan, detectan y confirman hasta dónde llega la perforadora. Con este Gobierno tienen un túnel entibado hasta su zona de derrumbe.
Con el abrazo a Felipe González, en el último Congreso del PSOE, el presidente Sánchez echó el telón a la Transición como si no quedaran millones de testigos. Por ejemplo, los españoles de cuarenta y tantos a cincuenta y muchos, ‘boomers’ nos dicen, cohortes con la pensión en un limbo, todavía sin derecho a voto aquel miércoles de diciembre. Los adultos en fila, con la papeleta del sí a la Constitución entre las manos, como ahora, ya abuelos, en la espera de la vacuna. Los niños de entonces, ‘hijos de la democracia’ en vez de ‘nietos de la guerra civil’, como recuerda el expresidente González, incansable en el apostolado del 78 en contraste con sus sucesores, Zapatero y Sánchez, empeñados en echar abajo la obra coral de la reconciliación. Faltan lecturas y sobran luces cortas. Tendrán que pasar unas cuantas generaciones más para ningunear la proeza del Rey Juan Carlos en compañía de otros. Hasta el último día tendremos que proclamar que 1978 fue el mejor año de nuestra vida.