Inocencio Arias-El Debate
  • Contraste: mientras el alemán indica que su preocupación es rearmarse ante la ‘espantá’ de Trump, nuestro Albarín proclama ufano que su «prioridad en Bruselas es que el catalán se hable en Europa

España cae bien, dentro de un orden. Nuestra imagen en abundantes países es más que aceptable, rosada. No es que el funcionario, la médico, el tendero de Egipto, Noruega o Indonesia se levanten pasmados con la importancia o las hazañas españolas pero en los millones que han desfilado en nuestro país en las últimas décadas, en los que han oído o leído algo sobre nosotros –excepto en cierta izquierda populista iberoamericana afanada en crear cortinas de humo que tape sus vergüenzas– la impresión es buena. Nos ven como gente amable, hospitalaria, simpática con envidiable gastronomía, buen clima y rica en historia y monumentos. Nuestro fútbol embelesa a nivel de clubes y de selecciones.

Sentado que podemos presumir de soft power, ¿cómo andamos de hard power, es decir, de poder e influencia en los campos económico, sociológico, cultural y político? Ahí chirriamos un poco o entramos en lugares embarazosos. Económicamente no estamos en la Champions. España es líder en Europa en paro, más aún en el juvenil, en absentismo laboral, en índice de miseria y riesgo de pobreza infantil. En abandono escolar sólo nos supera Rumanía. Nuestra competitividad es archi mejorable. Aunque el gobierno saque pecho social, los ocho años de sanchismo no han aliviado para nada estos índices de bochorno.

En el terreno educativo-cultural, los estudiantes españoles penan rezagados en matemáticas, lectura y resolución de problemas; sólo hay una universidad española en el índice Shanghái de 200 instituciones. Algunos novelistas afortunadamente han encontrado, sin arrollar, más salidas en el exterior –nuestros dramaturgos tienen peor suerte–, aunque no tenemos un Nobel de literatura desde hace 36 años, de ciencia desde hace 120. Nuestro último Oscar se remonta a 2005, los films seleccionados por la Academia pasan raramente el corte en Hollywood, y el New York Times, hace días, no incluía ninguna película española en la lista mundial de las 100 películas destacadas de 2024. No comento el Festival de Eurovisión.

Para cura de humildad sobre nuestra influencia en el extranjero recordemos que hay encuestas que muestran que el 89% de los alemanes, 82 % de franceses y 65 % de italianos piensan que su país tiene mayor influencia que nosotros. Hasta ahí normal, pero 60 % de los holandeses y 47 de los daneses piensan otro tanto.

Prima facie, los dos últimos pueden parecer pretenciosos pero palidecen con la frase memorable de nuestro ministro Albares en un día en que se vino arriba: «España está en el momento de mayor peso de su historia». ¡Casi ‘na’!, la España de Carlos V y Felipe II sufre en la comparación con la política mundial de Sánchez.

La afirmación albareña parece proferida por un imberbe del Betis el día en que le mojan la oreja al Sevilla y habrá provocado hilaridad en muchas embajadas en España de países importantes que habrán tenido tema para escribir algo jocoso a sus capitales.

Veamos algunos aspectos del peso:

1) Puestos de relieve: España tiene ahora a una vicepresidenta en la Unión Europea. (Acabamos de pinchar clamorosamente con la candidatura de Cuerpo) En otra época tuvo simultáneamente al director general de la Unesco, a dos comisarios europeos y al muy importante presidente del Comité Olímpico Mundial. Un póker de relieve.

2) Conferencias: a) España celebró hace tres años la de la OTAN. Nos tocaba. Hubo aplausos para la organización del anfitrión, de nuevo el soft power, pero no parece que figuráramos en el meollo político de la misma. Ceuta y Melilla siguen fuera del paraguas de la OTAN y el tema de la emigración, vital para nosotros, se trató desmayadamente. No influimos.

b) El cónclave iberoamericano ha perdido relieve. Sánchez va poco por allí, el Rey viaja a veces huérfano a las tomas de posesión –es paradójico que Marlaska acuda imperiosamente a Wimbledon como ministro de jornada los días graves de Mazarrón y en Iberoamérica el monarca pueda asistir solo a un acto relevante–, y las relaciones con los grandes Argentina y México renquean. Con la primera, se insultó gratuitamente, casi rebuznando, al presidente Milei y el sanchismo es incapaz de decir a la presi mejicana que ya está bien de perdonarnos la vida recordándonos tropelías que en su momento no lo eran. Lo iberoamericano no suma ahora.

c) Medio Oriente: ¿Podría Sánchez pretender ser anfitrión de los grandes en una conferencia sobre ese drama como lo fue Felipe González? No sean crueles riendo.

3) El papel de Sánchez se ha devaluado. Su política acrecienta fuera la convicción de que España tiene un futuro inviable como nación –hay lugares en que la ley no se aplica– y que el presi, por no perder la Moncloa, es el caballo de Troya de los separatistas que apuntillan al Estado.

Además, sus malabarismos para contentar a sus aliados internos o buscando la refriega electoralmente rentable con Trump lo desprestigian ante sus aliados externos. Su insolidaria y chulesca postura en el rearme que acordó la OTAN le pasa factura. Hay reuniones de líderes europeos a las que no es llamado y sí lo son el polaco o la italiana, Macron hace en su fiesta nacional pedagogía incómoda sobre la inversión en defensa y Pedro hace contra-pedagogía buenista recalcando que Rutte, mandamás de la OTAN, no maneja bien los números. El premier belga insinúa que Sánchez es un trilero ocurrente. Trump lo trata, con razón, de gorrón.

Contraste: mientras el alemán indica que su preocupación es rearmarse ante la ‘espantá’ de Trump, nuestro Albarín proclama ufano que su «prioridad en Bruselas es que el catalán se hable en Europa». Acongojante con la que está cayendo. Todo por siete escaños.

En el exterior vislumbran, ya que Sánchez es un tahúr sin el menor escrúpulo. Y España por ello, crecientemente, una comparsa egoísta y fullera.

  • Inocencio F. Arias es embajador de España