- Quienes pedíamos un gesto de Felipe VI sobre la deriva antisistema de Sánchez ya lo hemos tenido
No hemos sido muchos, pero tampoco pocos, quienes nos hemos preguntado en público si el Rey estaba haciendo todo lo que sus atribuciones constitucionales le permitían para, sin romper ningún plato, recordarle a Pedro Sánchez las líneas rojas que también para él existen, derivadas del mismo marco legal que define, limita y condiciona las suyas propias.
Y nos hemos respondió negativamente, desde el respeto e incluso la comprensión, lamentando la ausencia de algún leve gesto siquiera que permitiera percibirle como un dique sensato ante la ceremonia de abusos perpetrados por el presidente en funciones desde que las urnas emitieran su complejo veredicto el 23 de julio.
Sánchez nunca reconoció su derrota, se arrogó una «mayoría social» ficticia para remendar su pobre resultado, despreció el derecho de Feijóo a presentarse a su investidura, presionó al propio Rey para que no se la encomendara y forzó la máquina para que lo designara a él pese a que, en el momento de ofrecerse en La Zarzuela, fue incapaz de exhibir los apoyos suficientes y muchos de ellos se lo habían denegado públicamente cinco minutos antes. Algo que hoy, por cierto, sigue igual.
Incluso era y es legítimo preguntarse si Felipe VI tiene la obligación de encomendarle la tarea de conformar Gobierno a alguien que solo puede lograrlo con los votos de cuatro partidos que solo están dispuestos a dárselos a cambio de concesiones inconstitucionales y claramente enemigas de los intereses nacionales de los que el mando supremo de las Fuerzas Armadas es garante según el Título II de la Constitución: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones».
Todo lo que ha hecho el Rey, en ese infernal paisaje creado por Sánchez, es perfectamente constitucional, pero la evidencia de que también lo hubiera sido no hacerlo o hacerlo de otra manera (por ejemplo darle más tiempo al líder socialista para demostrarle que de verdad encabeza un «bloque de progreso» y no lo conforma a cambio de agresiones a la Constitución) permitía al menos cuestionarse su función.
Porque es cierto que al Rey no puede pedírsele que se inmole y facilite la deriva republicana de España, algo que hubiera sucedido de plantarle cara a Sánchez y a sus socios. Pero también lo es que él no puede esperar lealtades inquebrantables si se conforma con ser un espectador pasivo de una función destructiva del país que le entronizó.
Colocar a don Felipe en esa situación canalla en la que, hagas lo que hagas, generas o sufres desperfectos, es otra de las consecuencias de la degradación institucional impulsada por Sánchez, que pone siempre al límite las costuras del Estado para adaptarlo a sus necesidades, atender los chantajes que sufre y tratar luego de blanquearlo todo.
Seguramente el Rey es bien consciente de todo ello y de la necesidad de no ser el primer embajador de la República pero tampoco el último defensor de la Constitución. Y quizá haya encontrado la manera de resolver el dilema con un inteligente control de los tiempos.
Si desactivó la deriva antisistema que hubiera estallado de no encargarle la investidura a Sánchez pero dejó más desnuda a la España constitucional con ello; ahora se ha aprestado a vestirla de nuevo con un discurso necesario en la entrega de los premios Princesa de Asturias con tintes de aviso a navegantes.
«Son muchos nuestros problemas, y las soluciones llegarán –como siempre ha sucedido y demuestra la historia de España– de la unidad, nunca de la división (…). La paz, el bienestar económico y social de millones de personas y la preservación de los valores democráticos así lo exigen (…). Tenemos que ser conscientes de todo lo que hemos alcanzado como Nación, de todo lo que hemos construido y prosperado, con tanto esfuerzo; de lo necesario que es conservarlo y preservarlo de aquello que lo pueda erosionar y de que debemos cuidar lo mejor de nuestra historia». Palabra de Rey.
Si Sánchez no se da por aludido y prospera en su evidente imposición de un nuevo periodo constituyente por la puerta de atrás, el Rey habrá dejado un precedente público que a buen seguro sabrá desarrollar, con la sutileza necesaria, llegado el momento. O eso al menos cabe desear.