- Las reformas siguen pendientes mientras los problemas sin resolver engordan hasta que estallan como bombas de racimo
En un mensaje entre la melancolía y la resignación, el economista César Molinas dejaba hace unos días un recado, en realidad una alerta, sobre la España de hoy y la del mañana más próximo. En un puñado de caracteres no se puede decir más, pero tampoco menos, a bote pronto y de primera mano: “Cena de despedida a Bill Murray (agregado comercial) en la residencia del embajador británico. Unos 80 asistentes. Nunca he visto tanto pesimismo sobre el futuro de España compartido por tanta gente aventajada. Ocasión feliz que me dejó acongojado. Vamos muy, muy mal. Ojalá nos equivoquemos”. En un libro publicado en 2013 ¿Qué hacer con España?, el profesor Molinas clamaba en el desierto a favor de una serie de reformas estructurales, necesarias e imprescindibles para la modernización de la economía española, atrancada en ese momento en la crisis de deuda y paro iniciada cinco años antes.
Ya en 2007, tal y como relata el propio Molinas en el prólogo de un libro de David Taguas (Cuatro bodas y un funeral, como salir de la crisis del euro), fue convocado a una reunión semanal en la Moncloa por el propio Taguas, entonces jefe del gabinete económico de Rodríguez Zapatero. Desde agosto de 2007 hasta abril de 2008 hubo un encuentro semanal de un grupo de trabajo cada lunes. Preparaban una nota para el presidente del Gobierno. Recuerda Molinas que “si el Gobierno reaccionó tarde y mal frente a la crisis no fue por falta de información, que creo que era una de las mejores del mundo en aquella época, sino por falta de voluntad política con las consecuencias por todos conocidas”. Quién le iba a decir al autor de estas líneas que a las alturas del incipiente otoño de 2021 volvería a escribir con resignación sobre el futuro de España a la vista del inmovilismo reformista en el que la política española ha anclado al país. Nada ha cambiado.
Lo fácil es darles un mordisco a las malvadas empresas para calmar el cabreo nacional por el aumento disparatado de un servicio básico y esencial
Que España tiene un problema de dependencia energética se sabe desde hace tanto tiempo que aburre recordarlo. Somos una isla. Encendemos cada mañana enganchados a las nucleares francesas y al gas argelino. Lo que hay se produce, entre medias no permite nada más que duelos y quebrantos. Cuando nos salven las renovables quedarán huellas de los errores. El incremento de los precios en los mercados mayoristas pone los pelos de punta sin necesidad de meter los dedos en el enchufe. Si le estuviera pasando al PP no habría campo para correr. El presidente y su Gobierno se han achicharrado al verse superados a pesar de la arrogancia y el desdén. Lo fácil es darles un mordisco a las malvadas empresas para calmar el cabreo nacional por el aumento disparatado de un servicio básico y esencial.
No habíamos terminado de entrar en la senda marcada tras la crisis del euro y nos encontramos otra vez con el mismo problema que al comienzo de la década anterior
¿Se resuelve el problema o se aplaza? Sánchez habló de detraer en vez de confiscar los “extraordinarios beneficios” de las eléctricas sin mencionar el engorde de la recaudación del Estado con los impuestos y los otros conceptos con los que se saldan subvenciones y viejas deudas. El ‘ya te pagaré’ del déficit tarifario eléctrico ahora se traslada al gas poniendo un tapón al precio ante las previsiones de un invierno de armas tomar en los mercados. Los operadores, es decir, las empresas, jugaban con unas reglas, pero ya no valen, porque la política ha vuelto a hacer de las suyas actuando para el corto plazo. El mensaje de inseguridad jurídica a la española vuelve a flotar entre los inversores. Todo un pastelazo en la misma semana en la que la ministra de Hacienda comunicaba en sede parlamentaria que hasta 2025, apunten mucho más tarde, España no estará en condiciones de cumplir las reglas fiscales de la Unión Europea.
Otra vez el déficit anda suelto y sin control acumulando deuda hasta la pérdida del conocimiento. No habíamos terminado de entrar en la senda marcada tras la crisis del euro y nos encontramos otra vez con el mismo problema que al comienzo de la década anterior. La política española se resume así: patada a seguir. Un ya veremos permanente. Las reformas siguen pendientes mientras los problemas sin resolver engordan hasta que estallan como bombas de racimo. Seguimos sin decirnos la verdad delante del espejo cada mañana. Como para no acongojarse, estimado profesor Molinas.