ABC 13/12/16
IGNACIO CAMACHO
· La estrategia del deshielo es necesaria para cargarse de razones si es menester aplicar el principio de autoridad
LA consigna es el deshielo. El Gobierno, que tanto tiempo ha perdido en la cuestión soberanista, quiere poner algo de calor en sus hasta ahora gélidas relaciones con la sociedad catalana, a la que nunca ha dejado de allegar recursos sin obtener la más mínima confianza. A tal efecto Rajoy ha ordenado a Soraya Sáenz de Santamaría que abra canales de comunicación con la prioridad de un carril bus, ay, en la Gran Vía. El despacho de la vice en Barcelona es el microondas con que Moncloa quiere descongelar el bloque de la secesión a ver si bajo la escarcha queda algún puente de consenso o de diálogo. O quizá el marianismo sea tan poco optimista ante el delirio de la independencia como la mayoría de los españoles y sólo pretenda demostrar la sinrazón por si en 2017 las cosas se ponen feas y toca aplicar medidas para las que conviene ir cargándose de razones.
Porque con el separatismo ya no hay posibilidades de entendimiento. El sistema político catalán se ha desestructurado en medio de la ofuscación secesionista y sólo acepta la única salida que el Estado no le puede dar: el referéndum. La Generalitat puede negociar dineros para cuadrar sus cuentas quebradas pero eso no va a aplacar a los sectores que el propio nacionalismo ha estimulado con la mitología de la emancipación. Ni Puigdemont, ni Homs ni ningún posibilista es capaz a estas alturas de devolver al tubo la pasta de dientes que han derramado. Aunque darían cualquier cosa por hacerlo, no tienen retorno sin la votación que han convertido en la razón de ser de su política. Son rehenes de los fundamentalistas de la ruptura, a los que agrandaron para no perder comba. Y además, para el pensamiento soberanista las concesiones financieras no son más que la insuficiente devolución de lo que dicen que España les ha robado. Más allá de la cortesía institucional, ese camino está cerrado.
Lo que sí puede hacer el Estado es mostrarse presente en Cataluña, a cuya extraterritorialidad de hecho parecía resignado. Emitir señales de existencia y amparo a los catalanes no nacionalistas y hablar con la burguesía pragmática e influyente que echa en falta un catalanismo flexible, moderado. Involucrarse en la refutación de tópicos. Desmontar parte de los apoyos pasivos del régimen soberanista demostrando que hay un interlocutor responsable con el que sí es factible lograr resultados. La estrategia del cariño, de la aproximación y hasta del abrazo.
Las esperanzas son limitadas pero el esfuerzo es obligatorio. Siquiera por evitar remordimientos y acopiar argumentos en el probable caso de que, fracasada la aproximación, haya que recurrir al principio de autoridad. El Gobierno ya permitió una burla hace dos años y nadie entendería que volviese a tolerarla. Más que nada por si el hielo de la intransigencia no se derrite y las buenas intenciones acaban encalladas en la necesidad de decisiones ingratas.