Manuel Montero-El Correo

  • Las palabras aportaron el ambiente que posibilitó el crimen. Ahora son «demócratas y progresistas». Da miedo el mundo que están creando para asegurarse votos

Cuando un sagaz portavoz político 2.0 justifica el pacto con Bildu llamándolo partido democrático y progresista, quizás piense que ha redefinido la realidad, bautizando demócrata-progresistas, pero la naturaleza política de la izquierda abertzale está firmemente asentada y persistirá en tanto no revise concienzudamente su pasado de apoyo al terrorismo. En esto no caben trampas: el portavoz solo ha blanqueado retóricamente. No ha cambiado la realidad, salvo en que muestra la involución política de los suyos, asumiendo conceptos que tenían en las antípodas. ¿Da por bueno que sus nuevos colegas apoyasen en su día el terror, pues los llama «progresistas» sin exigirles arrepentimiento? Obliga a evocar un pasado, no muy lejano, que se forjó sobre el miedo social.

En sí mismas, las sociedades no son valientes ni cobardes, pero están hechas para impedir que el miedo atenace a sus miembros. Si entre sus ciudadanos se propaga el pánico, se alteran las percepciones políticas y las palabras cambian de significado. Paz, convivencia, consenso, democracia o pluralismo adquieren un sentido propio y diferente al uso común. Quienes viven junto a un volcán que puede entrar en erupción identifican la seguridad de forma distinta a las poblaciones sin experiencia y riesgos de ese tipo.

Siempre molestó a los terroristas vascos y sus seguidores la designación de terroristas, pues preferían llamarse «luchadores» -¿aspiraban a ser tildados de «demócratas y progresistas»?-, creyéndose la milonga de que practicaban la «lucha armada» en nombre del pueblo vasco contra los enemigos, proyectando el imaginario de un conflicto vasco. Para ennoblecer su acción (terrorista) se decían a veces «gudaris». Les irritaba tanto el término que acuñaron la réplica «zuek, faxistak, zarete terroristak», «vosotros, fascistas, sois los terroristas». El «fascistas» incluía a los correligionarios del actual portavoz 2.0, que quizás vivía ya en el limbo.

Proyectaban la inverosímil imagen de un conflicto armado en el que el Estado acudía a la acción terrorista mientras el otro bando actuaba al modo de un ejército regular. Es cierto que también hubo acciones terroristas en la lucha contra ETA, pero el 90% de los asesinatos fueron causados por esta organización u otras de similar origen e ideología.

No solo la izquierda abertzale. También el nacionalismo moderado se resistió al uso del término terrorista para designar a ETA, aplicándose solo al Estado. Terrorismo estatal frente a lucha armada; este fue el esquema que describía el ambiente violento que lo impregnaba todo, en el que ETA asesinaba, secuestraba y extorsionaba a la sociedad vasca. Por supuesto, el PNV repudiaba «la lucha armada», a veces alegando motivos éticos, otras asegurando que resultaba un medio de lucha ineficaz. Para el portavoz 2.0, quizás de agudeza menguada, serían los albores preprogresistas.

Las palabras no matan, pero crearon el ambiente que hizo posible el crimen, repudiado pero considerado «lucha armada», legitimado por tanto. Solo el Estado aterroriza: este fue el esquema. Ahora, sin solución de continuidad, son «demócratas y progresistas». Da miedo el mundo que están creando para asegurarse votos.

No es inverosímil que los terroristas se creyeran sus mentiras y se vieran como jóvenes patriotas convertidos en gudaris; y que hasta se creyeran la sandez de que combatían en un conflicto bélico. ¿La circunstancia de que ‘sus combates’ consistieran en disparar a gente descuidada y poner bombas impunemente no los llevó a sospechar que aquel no era el esquema al que se ajustan las guerras? Puede ser que no -¿se veían «demócratas y progresistas»?- y que creyeran que era valentía disparar como en una caseta de tiro ante objetivos indefensos. Confundían el valor con la falta de escrúpulos para asesinar, con el desprecio a la vida, con la crueldad. Las paranoias explican también que vieran como enemigos suprimibles a personas por el mero hecho de que discrepaban, lo que las hacía menos personas, pues algo habrían hecho. ¿El germen de la «democracia progresista»?

Los materiales en los que se basó el terror fueron miserables y deleznables. Y, sin embargo, fueron eficaces. Lo fueron porque provocaron el miedo. Su eficacia dependió de la práctica del terrorismo y no de otra cosa.

La población, salvo la que compartía psicopatías, no los vio como valerosos guerreros, sino como pistoleros demenciados sin escrúpulos, unos fanáticos deshumanizados que podían salir por cualquier lado. De ahí el silencio y el mirar hacia otro lado. No se considerarían terroristas, pero buscaban aterrorizar. Provocaron el miedo en la sociedad y ahí estuvo su fuerza. ¿El que tuvo, retuvo?

Resulta imposible asociar a quienes apoyaron esas prácticas -y hoy las veneran-con democracia y progresismo. No podemos caer tan bajo.