El conflicto entre Hizbolá e Israel es, más que nunca, mucho más que un conflicto regional. Es parte de un conflicto global en el que, queramos o no, estamos en el mismo lugar que Israel. Se trata de una guerra ideológica entre dos usos de la fuerza, el de terroristas y gobiernos fundamentalistas o el de los gobiernos liberales.
Un país es atacado militarmente por otro y en España se organizan manifestaciones en contra del país agredido. Con el apoyo del partido del Gobierno. Pero el asunto es aún más grave. Se trata del ataque de un grupo terrorista de inspiración fundamentalista englobado en un red internacional, apoyada, entre otros, por Al Qaeda, que tiene como objetivo la eliminación de Israel y la guerra contra Occidente. Y el Gobierno español, una buena parte de nuestros partidos y otra de los intelectuales piden responsabilidades a Israel.
Si lo anterior es escandaloso, la timorata reacción de los liberales españoles, políticos o intelectuales es preocupante. Nadie ha osado salir a la calle por una de las causas más claras y necesarias del liberalismo occidental que es la denuncia del fundamentalismo islámico. Pero los liberales españoles ni siquiera se han atrevido a expresarse con determinación en los foros públicos. La mayoría, intimidada por el efectismo del discurso de la paz, ha sido incapaz de denunciar que la condena a Israel y los pretextos para Hizbolá nada tienen que ver con el pacifismo. Resultado: Hizbolá, un pariente cercano de Al Qaeda, ha ganado la batalla de la opinión pública española.
El disfraz del pacifismo ha sido eficaz una vez más para que el progresismo español haya presentado este debate como un enfrentamiento entre pacifistas y belicistas. Y para eludir un posicionamiento nítido en lo que es, en realidad, una guerra ideológica entre dos usos de la fuerza, el de terroristas y gobiernos fundamentalistas o el de los gobiernos liberales. En esa disyuntiva, el conflicto entre Hizbolá e Israel es, más que nunca, mucho más que un conflicto regional. Es parte de un conflicto global en el que, queramos o no, estamos en el mismo lugar que Israel. Así lo ha entendido Al Qaida con su pronunciamiento del pasado jueves, y todo el fundamentalismo islámico, sea chií o suní. Fuera de sus batallas internas, el objetivo común, ha recordado Al Zawahiri, es el mismo, y la acción de Hizbolá forma parte de ese objetivo.
La victimización de Hizbolá no es compasión inocente. Es parte de una ideología en la que la denuncia del imperialismo americano acerca al fundamentalismo a las revoluciones de la izquierda. Véanse, por ejemplo, los textos de Tariq Ali (El choque de los fundamentalismos, Alianza, 2005), un musulmán «moderado» que interpreta el mundo como un choque de fundamentalismos, el de Osama Bin Laden y el de Bush, las dos partes comparables del conflicto. Comparables, pero ni siquiera iguales. Porque, escribe, Tariq Ali, el 11-S, el 11-M y el 7-J son respuestas a nuestra responsabilidad en Iraq, y la violencia islamista, una consecuencia del sufrimiento que estamos infligiendo al mundo musulmán. La salida, por supuesto, el diálogo.
Es una construcción ideológicamente situada en las antípodas de los valores de la libertad, pero el liberalismo español ha sido enredado y silenciado de nuevo.
Edurne Uriarte, ABC, 1/8/2006