Arcadi Espada-El Mundo
ENTRE LOS fenómenos paranormales de la manifestación del domingo estuvo el permiso que el Psc concedió a sus militantes para que acudieran y que seguramente provocó, entre otras consecuencias destacables, que el militante Josep Borrell acallara el consolidado grito «¡Puigdemont, a prisión!». No fueran a revocarle el permiso. Hizo bien, en cambio, el militante en preguntar a los empresarios catalanes, que hoy abandonan en masa y algo teatralmente Cataluña y que mejor harían en exigir del Gobierno el restablecimiento urgente del Estado de Derecho, por qué no reaccionaron antes y en responderse que una reacción previa quizá habría evitado la situación actual. Pero aún tendría más sentido, basado en su autoridad y conocimiento de causa, que el militante Borrell se hubiera preguntado por qué los socialistas no reaccionaron antes y en responderse, etcétera.
Los socialistas que forman parte de Sociedad Civil Catalana se mostraron muy atentos la semana pasada ante la posibilidad de que en la manifestación de españoles se observara la presencia de algún símbolo inconstitucional. Incluso anunciaron que avisarían a la policía. A mí me alegró mucho su cuidado, porque tengo alergia a los pajarracos. Pero, sobre todo, porque eso incrementa la distancia ética y estética con los nacionalistas, que no solo incorporan a sus rituales banderas pútridas, sino que gobiernan y conducen la revolución con ellas. Qué inmensamente útil habría sido un semejante pudor socialista a la hora de formalizar aquel pacto de gobierno con Esquerra Republicana que no solo fabricó un número considerable de independentistas sino lo que es mucho peor: un número considerable de independentistas respetables. Y que, by the way, registró ante notario la demonización de un partido con el que simpatizaban muchos de los manifestantes que defendieron el domingo, junto a los socialistas individuales y autorizados, la democracia y la ley. Qué bien no habría hecho a ese par básico, por último, que don José Montilla, el segundo presidente tripartito, no hubiera iniciado la Era del Desacato echando a las masas contra el Tribunal Constitucional a propósito de su sentencia sobre el Estatuto con el pintoresco, aunque venenoso, argumento de que los sentimientos no pueden ser juzgados por los tribunales.
A pesar de su probada afición a expender salvoconductos morales, los socialistas catalanes no pueden dar permiso, sino pedirlo.