ABC 12/08/16
LUIS VENTOSO
UN futbolista de élite puede salir de cumbia un jueves, beberse los floreros, darlo todo en el catre y hacer un partidazo el domingo. Ahí está el caso George Best, que cuajaba faenas asombrosas con medio hígado. La exigencia es distinta a la de un ciclista, un nadador o un atleta, porque el fútbol es un deporte de equipo. La vida de Mireia Belmonte, que tan felices nos ha hecho, no la llevaban ni las falanges de Esparta: entrenar, comer y dormir. De eso van sus días. Un exceso, un catarro a destiempo por no calzarse al salir del agua, o un bajón anímico pueden traducirse en las décimas de segundo que te separan de ganar. Mucho me temo que Garrincha, Gascoigne y George Best no habrían hecho carrera en la piscina.
«Soy la primera mujer que baja de los ocho minutos en la historia de la natación, pero es más importante el color del pelo de Sergio Ramos», comentó Mireia hace justo tres años, en una memorable entrevista de Laura Marta en ABC, cuando ya había logrado dos platas de Londres. Grandes victorias, buen talante, una cara guapa y amistosa, con unos ojos azules y una sonrisa que alumbran, y un refrescante sentido común a la hora de sobrellevar la insufrible murga totalitaria del separatismo. Mireia es catalana y española, con total naturalidad, como la mayoría silenciosa de sus vecinos… y ha acabado refugiada en Murcia, bien acogida por su Universidad Católica.
Pero lo que me hizo «mireista» no fueron todas esas cualidades, por lo demás estupendas, sino cómo respondió cuando la entrevistadora le preguntó qué podíamos hacer los españoles para salir de la crisis. No propuso subvenciones universales por echar la siesta, como nuestros admirables Garzón e Iglesias; ni tampoco códigos éticos a lo «espejito, espejito, mira qué guapo soy», como el gran Albert, cuyo catecismo regenerador es redundante en un país que ya tiene leyes democráticas, justicia independiente y libertad de prensa. No, Mireia fue a las verdades medulares: «Lo que podemos hacer es trabajar. Si un día laboral son ocho horas, debes utilizar ese mismo número de horas para buscar un trabajo si no lo tienes», respondió la nadadora, que ha conocido el drama del paro con su propio padre. Y todavía aportó una opinión más sobre la situación española: «Tenemos que aprender a valorar lo que tenemos en casa».
A Mireia, hija de dos de los millones de andaluces que han ayudado a levantar Cataluña (y cuyos nietos acomplejados se hacen a veces independentistas), la echaron a la piscina con solo cinco años para corregir un problema de espalda, una escoliosis. A los doce ya competía en los campeonatos de España. Desde entonces, solo ella conoce los esfuerzos y privaciones que ha asumido para brillar en un deporte donde algunos van más puestos que Amy Winehouse (un nadador harto de trampas acaba de acusar en Río a un campeonísimo chino de «mear de color violeta»). Belmonte nada casi 20 kilómetros al día, hace carrera de fondo en alta montaña en Sierra Nevada, pesas, bici estática, boxeo… Su dieta está más reglada que un picnic con Gwyneth Paltrow. Sus horas de sueño son tan sagradas como las de un bebé. Encarna el triunfo de algo que no está de moda en España: el esfuerzo. Quizá por eso ayer, a la hora que escribo, llevábamos tan solo dos medallas (las del trabajo de Mireia), cinco menos que Kazajistán y a un mundo de las doce de Italia o las trece del Reino Unido. Marchamos empatados con Vietnam y Grecia, mientras nuestros locutores hacen el ridículo narrando como gestas homéricas los diplomas olímpicos. Sin curro no hay premio. Así de sencillo.