Ignacio Camacho-ABC
- Feijóo no va a aceptar rivales. Sólo dará el paso adelante si el partido le despeja por consenso la pista de aterrizaje
En este momento ‘procesal’ la pregunta pertinente ya no es la de si Casado podrá resistir, que lo va a intentar, sino hasta cuándo. La presión aumenta cada hora desde diversos flancos. Recibe emplazamientos en público y recomendaciones en privado, casi todas coincidentes en que las siglas saldrán machacadas de un conflicto largo. Está sondeando apoyos para ver si cuenta con algo más que su círculo pretoriano, fuera del cual algunos se ponen de lado y otros sugieren que la solución no puede esperar al verano. Quizá todavía piense en retarse con Ayuso confiando en que lo respalde el aparato aunque sea al coste de escindir la formación en dos bandos, que ya lo está y es precisamente el problema que pretenden arreglar los más sensatos. Pero esa costura unitaria requiere una figura con jerarquía, ascendiente, pedigrí y perfil templado. Un mirlo blanco. En primera instancia sólo hay uno y no es seguro que esté dispuesto a dar el paso.
Se llama Núñez Feijóo y ayer se dejó oír en tono menos ambiguo de lo que suele. Para su estilo puede decirse que estuvo contundente; de hecho su aparición fue una requisitoria bastante concreta dirigida a su jefe. (Lo de jefe es un decir porque lo respeta pero no siempre le obedece). No sólo metió prisa sino que deslizó un término letal en un mensaje muy medido: de esa “última decisión” que emplazó a tomar a Casado, con quien había hablado el domingo, lo importante era el adjetivo. Viniendo de quien viene se trataba de mucho más que un aviso. Era una sentencia, un veredicto terminante, un exhorto nítido. Quiere que le construyan y preparen por cooptación la pista de aterrizaje y hasta que la vea despejada no se echará adelante. Al igual que en 2018, se autodescartará si tiene que enfrentarse a uno o más rivales. Sólo se presentará para que lo aclamen.
Eso exige primero que Casado se marche, nombre una gestora y convoque un congreso, y luego que Ayuso se conforme y renuncie a disputar el puesto una vez que el actual líder se quite de en medio. No está tan claro, y menos si su entorno huele que el resto de la organización le tiene miedo. Sabe que es la favorita de la calle y puede sentir la tentación de culminar el éxito alentada por muchos que no acaban de aceptar el modelo centrista del líder gallego. Quedarse quieta equivale a aceptar que esta crisis también la ha dejado tocada y le ha restado posibilidades, lo que objetivamente es tan cierto como difícil de aceptar por su parte. Si lanza el desafío planteará el clásico enfrentamiento entre el poder orgánico y las bases, como hizo en la acera de enfrente Pedro Sánchez, y Feijóo no comparecerá en ese combate. La cuestión consiste ahora en averiguar si un partido de Estado que ya ha incurrido en el error de manifestarse contra sí mismo va a insistir también en el de refocilarse en el fratricidio. Todo es posible: la autodestrucción tiene muchos caminos.