J. A. Gundín, LA RAZÓN, 4/4/12
Los espasmos ideológicos del Partido Nacionalista Vasco presentan todos los síntomas de un fenómeno paranormal, entre la brujería y la posesión, que están pidiendo a gritos la vuelta de un exorcista como Javier Arzallus. Desde que lo fundara el meapilas de Sabino Arana, el partido basaba su fortaleza en dos pilares más sólidos que el monte Gorbea: adhesión inquebrantable a la Iglesia y su identificación con el pequeño empresario. Fe y clases medias, moderación y nacionalismo, la argamasa perfecta para gobernar hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, algo extraño ha pasando, como si un troyano maligno hubiera infectado la pureza recoleta del batzoki. Tras cien años de estricta obediencia vaticana y de ortodoxia a machamartillo, el partido de Urkullu se ha vuelto abortista, se ha tirado al monte laicista y no sólo dió sus votos para aprobar la ley de Aído-Pajín, sino también la del matrimonio homosexual. Perdido el oremus, el PNV ha perseverado en el descarrío y acaba de abandonar a sus emprendedores al votar en contra de la reforma laboral de Rajoy. Es de temer que ni siquiera esté a salvo el escudo del Atlhetic y sus aspas de la Cruz de San Andrés. Ya no se puede uno fiar ni de la derecha de toda la vida. Esto con Arzallus no pasaba, no porque fuera mejor presidente, sino por jesuita. No se alcanza a calibrar la repercusión política y electoral que pueda tener la mutación genética del PNV, pero parece ser que en los atemperados gabinetes de la diplomacia vaticana se le observa como a una secta herética a la herencia de Ignacio de Loyola. Así que una buena parte del clero vasco, de claras simpatías nacionalistas, tendrá que elegir entre el Santo Padre de Roma y el señor Urkullu de Bilbao. Nunca lo tuvo tan a mano el PP para acoger en su redil las ovejas descarriadas. A nada que Basagoiti se lo trabaje, tendrá mucho éxito.
J. A. Gundín, LA RAZÓN, 4/4/12