Los errores pactistas del pasado no tendrían perdón después del Plan Ardanza, de Lizarra, del Plan Ibarretxe. Ha costado demasiado dolor y demasiado sacrificio desenmascarar la naturaleza totalitaria del aranismo como para que en el propio PP todavía algunos hayan hablado recientemente de «nacionalismo democrático».
El pacto con el PNV es un mito que han tenido todos los partidos democráticos, una superstición, una leyenda como la de la piedra filosofal o la fuente de la eterna juventud, la de la Atlántida sumergida o la de El Dorado. Desde muy antiguo, o sea desde la Transición, nuestros partidos han ido organizando sucesivas y peligrosísimas expediciones políticas para dar con ese dichoso e imposible tesoro. Expediciones que terminaron todas como las de El Dorado exactamente: como el rosario de la aurora. Ramón Jáuregui acabó en los gobiernos Ardanza como Lope de Aguirre en la canoa que lo arrastraba por el Amazonas. Acabó oyendo voces desde los árboles y riéndose solo. No fue el único caso. Después de él otros volvieron a intentarlo ajenos al desánimo y con distintas variantes: desde el PP del 96, que supo rectificar dos años después ante la inminencia de Lizarra, hasta el PSOE del presente que, por el contrario, no ha renunciado aún pese al desafío del referéndum de Ibarretxe. Yo creo que detrás de ese mito del pacto con el PNV, detrás de quienes lo siguen proponiendo con mirada beatífica, está sólo la vanidad humana, la convicción de que podemos triunfar en aquello en lo que otros fracasaron; de que podemos volver leal a quien demostró siempre deslealtad; de que podemos hacer casar nuestra ilusión de convivencia y nuestros valores democráticos con el ideal incivil y antidemocrático del PNV; de que podemos dar con El Dorado de un pacto imposible como todos los mitos.
Aprendamos de los viejos errores. Los errores pactistas del pasado no tendrían perdón después del Plan Ardanza, de Lizarra, del Plan Ibarretxe? Ha costado demasiado dolor y demasiado sacrificio desenmascarar la naturaleza totalitaria del aranismo como para que, en el propio PP todavía algunos hayan hablado recientemente de «nacionalismo democrático». Quienes en ese partido aún sueñan con la quimera del pacto con el PNV lo primero que tienen que preguntarse es si ¿estarían dispuestos a prometerles a los nacionalistas lo que les han prometido Zapatero y Patxi López, si estarían dispuestos, una vez que gobernaran, a pasar por lo que ha pasado el PSOE durante los últimos cuatro años, a ofrecerles un Estatut con su (in)Justicia independiente y su ámbito vasco de decisión, con su nación y todo; a votar partidas presupuestarias para las familias de ETA, a olvidar la Ley de Partidos, a hacer tambalearse la Justicia, a sentarse con Otegi? Porque, si no están dispuestos a todo eso y a mucho más -ya que todo eso no le ha bastado al PSOE- mejor que ni lo intenten y sigan el sabio lema taurino: «Manolete, si no sabes torear, pa qué te metes».
Para disuadir del sueño pactista habría que apelar más a la lógica que a los principios. No es que uno suscriba la famosa ponencia de María San Gil. Es que uno piensa que esa ponencia se quedó demasiado corta -como la propia reforma constitucional de Vidal-Quadras sobre la cuestión lingüística- para un País Vasco en el que lo primero que hay que pedir es la suspensión de la competencia de Interior dado que la Ertzaintza es una «policía política» capaz de convertir a la víctima en verdugo y tergiversar los hechos de una agresión que pudo ver toda España, como es el caso de la patada que sufrió Antonio Aguirre. En este contexto, que es también el de la amenaza del referéndum de Ibarretxe, hablar de «nacionalismo democrático» es una broma sangrante.
Iñaki Ezkerra, LA RAZÓN, 3/7/2008