Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
  • Una vez instalados en el poder, este tipo de procesos adquieren un carácter irreversible

El pasado martes la Fundación Foro Libertad y Alternativa organizó en el Real Casino de Madrid un acto con nutrida asistencia de público -hubo bastante gente que no pudo acceder al quedar el aforo desbordado- sobre las narcodictaduras iberoamericanas actuales, con especial énfasis, como es natural, en la Venezuela chavista. Los tres ponentes que intervinieron son figuras de indiscutido prestigio intelectual y político, dos venezolanos exiliados en Madrid para escapar de la tiranía de Maduro y un peruano-español que reside hace mucho tiempo en nuestro país. Miguel Henrique Otero, editor del diario El Nacional, empresa hoy confiscada por la dictadura bolivariana, Antonio Ledezma, exalcalde de Caracas, encarcelado por el régimen caribeño y huido a España para salvar la vida y Mario Vargas Llosa, el archiconocido premio Nobel de Literatura, disertaron brillantemente sobre la situación en Hispanoamérica, nuestro antiguo solar transoceánico, en el que abundan los sátrapas totalitarios que aúnan la corrupción desatada, la represión más cruel y el empobrecimiento dramático de las sociedades sobre las que han clavado sus zarpas. Venezuela, Cuba, Nicaragua, casos de especial gravedad por la brutalidad de las oligarquías colectivistas que las oprimen y saquean, Perú, sumido en el caos institucional provocado por un presidente de la república prácticamente analfabeto, Argentina, desarbolada por el peronismo desde hace medio siglo e incapaz de levantar cabeza, Chile, cuyo nuevo primer mandatario es todavía una incógnita, pero que se desliza por la pendiente abajo del indigenismo, el desorden y la demagogia, dibujan un panorama tan inquietante como desalentador.

Desde Europa, las democracias avanzadas que la componen pueden permitirse el lujo de contemplar el desalentador espectáculo ofrecido por la América de nuestra estirpe como un fenómeno exótico y lejano, sin influencia directa sobre su discurrir civilizado, próspero y previsible. Sin embargo, hay una excepción a esta plácida indiferencia europea hacia lugares percibidos como remotos y habitados por gentes levantiscas y primarias y esta excepción somos nosotros, España. Dos son los motivos por los que todo lo que suceda en las exuberantes islas antillanas, en las lujuriantes selvas amazónicas, en las heladas cumbres de los Andes o en las vastas planicies de la pampa nos afecta de manera muy cercana y emocionalmente perturbadora. El primero es que somos lo mismo, procedemos de un tronco multisecular común, hablamos la misma lengua y nuestras sangres están mezcladas en una íntima comunión de cuerpos y almas iniciada con incontenible fuerza hace más de quinientos años. Nada de lo que acontezca al otro lado del Atlántico nos es ajeno, de la misma forma que un dolor o una disfunción en una parte de nuestra anatomía altera inevitablemente al resto. El segundo es que el proyecto de destrucción de las libertades y de instauración de un orden social totalitario que animan iniciativas como el Foro de Sao Paulo o el Grupo de Puebla también las tenemos en casa. Cinco ministros del Gobierno de Pedro Sánchez se adscriben a esta corriente deletérea y no pocos dirigentes de sus partidos han colaborado personal y activamente con sus propósitos. No cabe duda de que conspicuos personajes ahora en el poder en España tienen la voluntad manifiesta de importar a nuestros pagos las ideas y las políticas que están destrozando a una lista creciente de naciones iberoamericanas.

Lo acontecido en el Congreso revela un desprecio por la separación de poderes comparable a los desmanes que perpetra un energúmeno de la calaña de Diosdado Cabello

Los ejemplos proliferan y se multiplican. Uno es muy reciente. La desaprensiva actuación de la presidente del Congreso, Meritxell Batet, impidiendo que el diputado del PP Alberto Casero pudiera rectificar su voto equivocado posiblemente por un fallo informático revela un desprecio por la separación de poderes comparable a los desmanes que perpetra un energúmeno de la calaña de Diosdado Cabello. Otro es el hecho de que el CIS fabrique los resultados de las encuestas a medida de la conveniencia del Partido Socialista sin el menor pudor para orientar así las urnas en la dirección de sus profecías con evidente intención de autocumplimiento. Un tercero lo ofrece la neutralización del Consejo General del Poder Judicial imposibilitando que haga nombramientos mientras su composición no sea la que plazca al Gobierno. Y qué decir de una Ley de Vivienda que vulnera el derecho de propiedad e interviene de manera lesiva en el sector inmobiliario con descarada ignorancia del libre mercado. Por último, aunque la relación podría seguir, el anuncio del Gobierno de que prepara una reforma de la Administración en la que el acceso a los cuerpos de elite del Estado se hará más por “aptitud y actitud” y menos por “conocimiento”, indica claramente el objetivo de conseguir un funcionariado adicto con total desprecio de los principios de mérito, capacidad, independencia y objetividad. No es extraño que la idea haya surgido de Miquel Iceta, que nunca pasó de los primeros cursos de su fallida licenciatura.

Por supuesto, lo fácil y consolador es acusar de catastrofistas y alarmistas a los que señalamos la infiltración venenosa en nuestro edificio constitucional de doctrinas probadamente fracasadas allí donde se han ensayado para desgracia de los pueblos que han sido utilizados como cobayas de experimentos arrasadores de ingeniería social, pero el problema de este tipo de procesos, tal como ha demostrado amargamente la experiencia histórica, es que una vez instalados adquieren carácter irreversible por su capacidad de eliminar todos los mecanismos de protección del imperio de la ley, la democracia y la libertad. Si queremos mantener a España dentro del perímetro civilizatorio de la cultura política y ética occidental hemos de permanecer constantemente alerta y utilizar con acierto y decisión los instrumentos legales, ideológicos y políticos que nos alejen del modelo venezolano instaurado por el siniestro espadón que comenzó la transformación de uno de los países potencialmente más ricos del mundo en el piélago de miseria, emigración despavorida, terror y narcotráfico en el que en estos días bracean y apenas sobreviven desesperados los venezolanos.