Gabriel Sanz-Vozpópuli

  • El juicio al ‘oasis’ de Pujol, en realidad una ciénaga, coincide con síntomas de implosión social e islamofobia que se manifiesta vía Alianza Catalana y Vox

Empiezo a estar convenido de que, si hay un territorio de España donde a medio plazo puede desarrollarse eso que los expertos en comunicación política denominan Momento Milei, que viene a ser una suerte de patada a la urna ante el hartazgo, ese puede ser, sin duda, Cataluña. En el resto de la piel de toro, que tampoco es que sea Argentina ni tenemos su idiosincrasia, dejémoslo claro antes de empezar, mal que bien el bipartidismo ha aguantado el embate de los partidos de la nueva política durante la última década; no en vano, PSOE y PP siguen siendo los más votados y gobernando 7.000 de los más de 8.000 ayuntamientos y 15 de las 17 comunidades autónomas.

Ha querido la casualidad que el inicio en la Audiencia Nacional del juicio contra Jordi Pujol y sus hijos por afanar miles de millones en mordidas a empresas que no eran exactamente fruto de la herencia del avi (abuelo) Florenci, guardados secretamente en bancos andorranos a salvo de ojos indiscretos, haya coincidido con la publicación del último barómetro del Centro de Estudios de Opinión (CEO), dependiente de la Generalitat. Demoledor: uno de cada cuatro catalanes votaría a Alianza Catalana, la formaciòn xenófoba ultraindependentista que lidera la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols o a Vox; es decir, uno de cada cuatro catalanes está hasta las narices, por decirlo suave.

Parece que en el antiguo oasis gobernado con mano de hierro por quien fue presidente de la Generalitat durante casi un cuarto de siglo y protagonista en plano de igualdad con Juan Carlos I y Felipe González de aquellas míticas Olimpiadas Barcelona 92 y del renacer arquitectónico de la capital del seny y el diseño, empieza a revelarse algo más que preocupante: Tras el terremoto que supuso la desaparición de la todopoderosa coalición gobernante Convergencia i Uniò -cuando se descubrió de que el oasis era en realidad una ciénaga con idas y venidas a Andorra del clan Pujol comandado por su esposa Marta Ferrusola-, y tras el malhadado procés independentista que tantas energías consumió para nada, tras todo eso, digo, hoy se producen señales más que evidentes de una posible implosión social larvada en silencio don la llegada durante las ùltimas dos décadas de una inmigración masiva y barata procedente de África.

‘Moros’, ni en la Costa ni en El Maresme

Compartimos este fenómeno con el resto de Europa y nos pone a todos frente al espejo de nuestra hipocresía: la islamofobia de una parte cada vez menos desdeñable de unas sociedades de cultura cristiana, católica en nuestro caso, que no quieren moros en la Costa; mejor dicho, los quieren, porque los necesitan, en las plantaciones del Maresme trabajando por salarios de miseria y sin hacer ruido. No, no es racismo, es básicamente clasismo lo que late en esa encuesta del CEO, no muy diferente de otras que se han venido publicando en los últimos meses aunque sin las repercusiones de ésta aunque sólo sea porque el partido de Orriols se está comiendo literalmente al partido de Carles PuigdemontJunts per Catalunya… Quién nos lo hubiera dicho hace apenas un año.

Somos todos muy solidarios -de boquilla- mientras ello no altere nuestro modus vivendi, esto es, nuestras listas de espera en el ambulatorio los lunes por la mañana ni la ratio de alumnos en el colegio público al que les toca ir a nuestros hijos, «que esto parece la ONU» (sic). Esa misma sociedad ajena a la multicultural que Europa vive desde muchas décadas antes que nosotros y que hasta hace no tanto proclamaba a los cuatro vientos cuando era preguntada para cualquier sondeo: «¿Racistas nosotros?».

Pero, ¿por qué es hoy Cataluña la comunidad autónoma donde más crudamente se evidencia en los sondeos esa ruptura entre oriundos y foráneos, sobre todo si son procedentes de países árabes? Pues precisamente porque el hoy denostado y sentado en el banquillo de los acusados Jordi Pujol fomentó y privilegió, hace ahora tres décadas, la llegada a Cataluña de inmigración no castellanohablante, es decir, nada de latinoamericanos.

Se trataba de que la adaptación de los nuevos catalanes se hiciera en catalán, pero todo parece indicar que, no solo ha sido un fiasco, sino contraproducente, que la sociedad catalana se está polarizando hasta el extremo de que ni los ultraspañoles ni los ultracatalanes quiere saber nada ni compartir nada con los nuevos catalanes de confesión musulmana. Gasolina en las calles a no mucho tardar.

Illa tiene nueva preocupación

Creo que ese colchón de convivencia entre oriundos y foráneos, por decirlo así, que representa la inmigración latinoamericana plenamente integrada poco tiempo después de su llegada a otras partes de España, no se da en la misma medida en la Cataluña. Lo cual puede explicar, no justificar, que uno de cada cuatro votantes escoja la papeleta de Alianza Catalana o Vox.

Ya no es el eje identitario nacional el que condiciona la política en ese territorio, algo en principio positivo después de tanta hiperventilación estelada, aunque bien hará el hoy presidente de la Generalitat, el socialista Salvador Illa, tan preocupado en cerrar la herida del procés, en empezar a desactivar la bomba contra la convivencia que se le está activando delante de sus narices.

Al sucesor de Pujol dos décadas después le va en ello su supervivencia política porque, de cumplirse los pronósticos de este barómetro del CEO, la composiciòn parlamentaria del Gobierno durante la siguiente legislatura catalana puede pasar de puzzle complicado a sudoku… y con la calle en manos de la islamofobia más radical de uno y otro signo. Al tiempo.