Cristian Campos-El Español
Viendo sesiones en el Congreso de los Diputados como la de ayer es inevitable sentirse como el protagonista de la novela de ciencia ficción apocalíptica Soy leyenda, escrita por Richard Matheson en 1954.
En la novela, el protagonista Robert Neville es el único superviviente de una pandemia bacteriológica que ha provocado la mutación de todos los seres humanos en una criatura parecida a un vampiro. Esas criaturas, que acosan a Neville por las noches, caen en letargo durante las horas de sol. Horas que Neville aprovecha para salir de su casa y exterminar al mayor número posible de infectados posible.
La genialidad de la novela no radica sin embargo en su planteamiento, sino en su conclusión final, de un fino pesimismo existencial. Porque al final del libro, Neville toma conciencia de que, como último hombre «normal» sobre la faz de la Tierra, él es el monstruo y los vampiros, la nueva «normalidad».
En las páginas finales de Soy leyenda, el lector, que se ha pasado toda la novela interpretando la realidad desde el punto de vista de Neville, empatizando con su soledad y con su instinto de supervivencia en un mundo plagado de criaturas aterradoras, comprende al fin que la anomalía es Neville, no los vampiros.
Neville es, en fin, el vampiro de los vampiros. El engendro que sale de su guarida durante las horas de sol para exterminar a unas criaturas que sólo han hecho que adaptarse, de acuerdo a las leyes de la selección natural, a su nuevo entorno.
Viendo a Pedro Sánchez afirmar ayer, en el Congreso de los Diputados, que España es el país europeo que mejor ha reaccionado a la epidemia.
Escuchándole hablar de bulos, cuando la palabra del presidente es famosa por evaporarse en el mismo momento que sale de su boca.
Escuchándole hablar de bots de ultraderecha, cuando la única aportación relevante de su socio de Gobierno al escenario político español ha sido el uso de granjas de bots en las redes sociales para la propagación de bulos y el señalamiento del contrario.
Escuchándole hablar de unidad ciudadana, cuando ha llamado a sus militantes, mediante una carta con el logotipo del partido, a denunciar a sus vecinos.
Escuchándole ofrecer unos nuevos Pactos de la Moncloa que no sólo no desea, sino que desprecia abiertamente, con el simple objetivo de aparecer en directo en los telediarios de las 15:00 con la palabra «pacto» en la boca.
Escuchando a Adriana Lastra, pura confitura de rencor social, exigirle a la oposición no haber adoptado las medidas que ellos, como Gobierno de la Nación, rechazaron adoptar para que nada enturbiara sus manifestaciones del 8-M.
Escuchando a sus medios de comunicación, esos aspersores de mentiras homologadas por los chinos del departamento de estrategia electoral de Moncloa, uno empieza a sospechar que la nueva normalidad es esa.
De que nosotros, los ciudadanos libres e iguales, los ciudadanos demócratas, somos los Robert Neville de la España de hoy. Y de que el populismo, la mentira y la deriva autoritaria son, ahora, la nueva democracia.
Ahora, los fabricantes de bulos deciden qué es un bulo y qué no lo es.
Ahora, los incompetentes acusan de incompetencia a los competentes.
Ahora, los que se han revolcado en la sangre de todos los muertos, de todos los infectados, de todos los aylanes, piden respeto por los cadáveres.
Ahora, los que han llegado al poder satanizando a la mitad de los ciudadanos exigen lealtad institucional y sentido de Estado.
Ahora, la nueva normalidad son los vampiros que lideran con 15.000 muertos y 150.000 contagiados el pelotón de los peores Gobiernos del planeta. Los que amenazan con quebrar el país antes que abandonar el poder. Los que rechazan asumir responsabilidad alguna por sus negligencias. Los que mienten por sistema con el desparpajo de quien sabe que todo lo que pueden ofrecer a los ciudadanos son injurias y calumnias.
En alguna de las adaptaciones cinematográficas de Soy leyenda se retoca el final de la novela, alterando su moraleja, para ofrecerle al espectador un final esperanzador en forma de posible vacuna contra la pandemia.
Pero no parece que Pablo Casado, el único con la fuerza suficiente para detener esta deriva del país hacia el Segundo Mundo, sea capaz de entender que una vacuna consiste en inyectarse una pequeña dosis de enfermedad para generar anticuerpos contra ella.
Uno de los espectáculos más dantescos de esta crisis ha sido ver a PSOE y Podemos actuar como si las víctimas del Covid-19 les incomodaran. Como si sólo fueran un estorbo en su relato de una España que avanza sin pausa, guiada por la bandera del rencor social y el sectarismo ideológico, hacia el paraíso socialista. Como si esos 15.000 españoles se hubieran muerto para joderles.
Supongo que es ese el motivo de que Sánchez fuera ayer incapaz de ponerse una corbata negra por respeto a los fallecidos.
Supongo que es así como piensan los vampiros de la nueva democracia.
El monstruo eres tú, que les lloras.