Quisiera hacer una reflexión a propósito de los guarros que han orinado en la pared de la basílica del Santísimo Cristo de la Expiación en Sevilla, más popularmente conocida como la Iglesia del Cachorro. Mucha gente se hace cruces ante lo que está pasando en España. Políticos completamente corruptos, una sociedad blanda que traga con todo, adolescentes violentos que entienden la diversión como destrozar lo que se les ponga por delante, pensamiento líquido, incultura, en suma, el triunfo de la mediocridad que unida a la falta de valores da como resultado lo que tenemos. Me lo comentaba un profesor de instituto: tienen miedo. Miedo a sus alumnos, miedo a sus padres si los suspenden o castigan, miedo a sus superiores. Acuden a su puesto de trabajo pero daría igual si no lo hiciesen. Todo lo que sufrimos se origina en la escuela, continuaba, porque ahí se forjan los futuros ciudadanos. Pero con unas familias que se han desentendido de la formación ética y moral de sus hijos, permitiendo que se ocupen de eso los videojuegos, y una escuela progre que renuncia a la estructura de enseñanza clásica por considerarla facha y represora no hay nada que hacer. Haría falta como mínimo un siglo para revertir el desastre.
Mi amigo, que se jubila dentro de poco, se ha quedado corto. Ni en un siglo es posible corregir la deriva de una sociedad que renunció al principio de autoridad, entendido como respeto y educación. Hemos suprimido el orden jerárquico así como el principio de obediencia, afirmando que todo vale y nadie tiene porque decirte lo que tienes que hacer, sea estudiar, quitar los pies del asiento del autobús, no acosar a un compañero de clase, no violar en manada, no ocupar una casa que no es tuya o escuchar a quien piensa diferente sin agredirle. Esto incluye amenazar a tus profesores, a la policía, incluso a tus padres. Según la Fiscalía de Menores, en 2023 se produjeron cuatro mil quinientos casos de violencia filio parental. Nos dicen que esos son los que les constan, porque solamente uno de cada cinco padres se atreve a presentar denuncia. Lo que resulta más espeluznante es que los agresores son cada vez más jóvenes. Muchos no superan los quince años, habiendo aumentado el tanto por ciento de chica, una de cada tres.
Quisiera saber si habrían tenido los mismos redaños de hacerlo en una mezquita. Lo sustancial es que se creen con derecho. Porque sólo se habla de derechos, nunca de obligaciones
Volviendo a los que orinan en lugares de culto habrán ido a alguna escuela, tendrán padres, amigos. Y han terminado meándose en una iglesia. Quisiera saber si habrían tenido los mismos redaños de hacerlo en una mezquita. Lo sustancial es que se creen con derecho. Porque sólo se habla de derechos, nunca de obligaciones. Esta España en la que, por desgracia, son habituales las violaciones – de qué poco ha servido tanta demagogia podemita -, los asesinatos a tiro limpio a plena luz del día, la delincuencia organizada que tiene bajo su control barriadas enteras o las peleas a machetazo limpio, orinarse en la fachada de un templo quizá parezca irrelevante. No lo es. El clima de impunidad del que goza el delincuente, el inmoral, el asesino, el irrespetuoso, es total. ¿Acaso no se indulta o amnistía a golpistas?
Todo empezó el día en que se permitió tutear a los profesores, discutir las notas o convencer a los padres que su obligación consistía en hacer a sus hijos felices en lugar de convertirlos en buenas personas, en gente útil a sí misma y a la sociedad. He dicho que el monstruo nace en la escuela, pero el monstruo viene de casa en muchas ocasiones y la escuela lo único que ha hecho es decirle que serlo está muy bien. Con sostenibilidad, eso sí. Y mucha empatía. No sea que los frustremos.