El conjunto del nacionalismo está empeñado en salvar el proyecto de ETA de la derrota de esa misma ETA, es decir: en seguir en el mismo sitio, pero sin violencia ilegítima, como si ésta no hubiese sido un elemento estructural del proyecto.
En la trepidante velocidad de la política vasca, en especial en todo aquello que se refiere al nacionalismo radical, no pasa semana sin que se presente algún nuevo documento, redactado por o motivado por el mundo de ETA o de Batasuna. Es imposible llevar la cuenta, como es imposible llevar la cuenta de los grupos que se hacen, se deshacen y se vuelven a rehacer para apoyar algo relacionado con el mundo de ETA y de Batasuna. Hace unos días apareció un nuevo documento a favor de la liberación de Arnaldo Otegi, porque no hay razón para juzgarle por nada, porque no va a huir, porque lo que se nos anuncia que va a suceder con la izquierda nacionalista radical depende de que él esté en la calle, tal es su fuerza, o la debilidad del movimiento del que él es el líder carismático insustituible.
Todo ese movimiento, sin embargo, recuerda mucho a una jaula que existía antaño en un edificio de Aránzazu, donde se hallaba una ardilla que se movía a toda velocidad gracias a un mecanismo que le permitía también seguir siempre en el mismo sitio. Hasta que ETA desaparezca, o hasta que Batasuna rompa con ETA -y en ambos casos ello debe suponer la condena de toda la historia de terror de ETA-, no sabremos si en realidad hay movimiento, o algo que se parece al movimiento, pero que no es más que un espectáculo que produce la sensación de movimiento porque no se es capaz de tomar las verdaderas decisiones que significarían un movimiento real, un cambio.
Mientras tanto, las palabras vuelan, se componen frases, se inventan términos, se reinventa el derecho -¡excarcelar a un preso condenado y preventivo por el devenir de la política!- para elaborar una narrativa que pone de manifiesto, leída ateniéndose a lo que dice, y no a lo que nos dicen que dice, en la que pocas cosas cambian en el núcleo del pensamiento: se puede hacer la apuesta por vías exclusivamente políticas porque la historia de terror ha tenido éxito -e importa poco que lo escriban para satisfacer no se sabe qué necesidades-, se pone de manifiesto la disposición a repudiar, a declarar la inoportunidad del próximo atentado si lo hubiere, pero no a condenar toda la historia de terror de ETA, y se reclama del Estado que haga lo que debe hacer para establecer las condiciones democráticas mínimas, dando por supuesto que vivimos una situación de déficit democrático estructural. Y a todo ello se añade que lo que es preciso es que desaparezcan todas las violencias, todo tipo de violencia.
Algunos ingenuos, sin embargo, seguimos pensando que el Estado de Derecho es el monopolio legítimo de la violencia, y no una proclamación de pacifismo radical. Seguimos pensando que, con todas sus imperfecciones, la situación actual en España, y en Euskadi, es de democracia, sin que exista déficit estructural. Sobre todo seguimos pensando que no habrá libertad en Euskadi, y en España, sin que se condene la historia de terror de ETA. Y además nos empeñamos en seguir pensando que la política es democrática si el ejercicio del poder se somete a los principios éticos representados por los derechos fundamentales. Es decir: que la política es ética en sus principios o no es democrática, que el Estado significa ejercicio del poder sometido a los principios éticos o no es de Derecho. Que no se puede, pues, separar el derecho de la ética, como les gustaría a algunos.
Que el movimiento trepidante actual es inmóvil se ve en las narrativas que se van elaborando en el mundo nacionalista. En ellas perduran viejos argumentos que es preciso tematizarlos como lo que son y rebatirlos. El conjunto del nacionalismo está empeñado en salvar el proyecto de ETA de la derrota de esa misma ETA, es decir: en seguir en el mismo sitio, pero sin violencia ilegítima, como si ésta hubiese sido un añadido sin importancia al proyecto político, como si la violencia terrorista no hubiese sido un elemento estructural del proyecto, como si la violencia terrorista hubiese pasado por el proyecto político de ETA sin romperlo ni mancharlo. Dar la sensación de un movimiento enorme para seguir con el mismo proyecto.
En este contexto se entiende que líderes del nacionalismo se enfaden con frases como la de que es necesario apostar por la derrota de ETA, y en su enfado pronostican que un fin de ETA con derrota sería el comienzo de su reconstitución -parece que han olvidado el poco éxito que tuvo la profecía de los obispos vascos cuando, a raíz de la Ley de Partidos Políticos y la ilegalización de Batasuna, miles de jóvenes vascos iban a ser impulsados a pasar a la clandestinidad-. Lo que hace falta es que llegue la paz como simple desaparición de ETA, nos dicen.
Pero olvidan que si se lucha contra ETA es para defender la libertad fundamental, la libertad de conciencia, la libertad de opinión, el derecho básico a no vincular la condición de ciudadano a una identidad, a un sentimiento de pertenencia. La lucha contra ETA no es simplemente una lucha contra algo, sino una lucha a favor: de poder sentirse vasco como a uno le da la gana, a imaginarse a Euskadi, a la sociedad vasca, sin obedecer a ortodoxias de ningún tipo, a pensar que esa libertad fundamental de opinión y de conciencia, ese derecho básico de ciudadanía está garantizado por las normas y reglas de convivencia que no responden simplemente a mayorías sociales, sino a acuerdos transversales en los que se pueden reconocer unos y otros siempre que estén dispuestos a limitar las pretensiones de sus sentimientos respectivos.
En definitiva: la derrota de ETA significa la victoria de las libertades fundamentales, la victoria de los derechos ciudadanos, significa la victoria del Estado de Derecho, significa la victoria de los derechos humanos básicos sin los que no existe constitución democrática, significa la victoria de la democracia como gestión del pluralismo gracias a las normas y reglas de convivencia. El que no quiere la derrota de ETA no quiere la victoria de la libertad y el derecho. Y pretende la perduración de un proyecto político que niega esas libertades y esos derechos.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 10/11/2010