Ignacio Camacho-ABC
- En Roma pasaron cosas con más alcance político del que estaba previsto. Y Pedro Sánchez no estaba en su sitio
El sábado hubo en Roma una cumbre mundial informal y no estaba Sánchez. Eso no se hace, hombres y mujeres de Dios, aprovechar que Pedro se había quedado en casa para estrechar lazos a sus espaldas. A ver, que no es que esos encuentros exprés en la fila protocolaria del Vaticano arreglaran nada, salvo acaso la de Trump y Zelenski sentados como en un confesionario bajo la cúpula vaticana. Tampoco en los palcos de los grandes estadios se hacen esos negocios que dice la prensa, pero se rompen hielos, se fijan citas, se cuadran agendas. Y cualquiera de esos «tenemos que vernos» que se dijeron en las exequias del Pontífice los líderes del planeta puede desembocar, y suele hacerlo, en un posterior encuentro de mayor trascendencia. En todo caso en ocasiones como ésa más vale estar que no estar, porque el mayor riesgo no consiste en que no te echen cuenta sino en que pase inadvertida tu ausencia. Entonces es cuando de verdad tienes un problema.
Por supuesto no va a reconocer que se equivocó, como la paloma de Alberti, quizá ni en su fuero interno; todos tendemos a encontrar excusas para nuestros propios fallos. Sin embargo es probable que lo esté lamentando, y tal vez que ahora mismo haya algún asesor de la Moncloa políticamente electrocutado por no haber advertido –cualquiera le lleva la contraria– de que el desplante funerario podía constituir un error de cálculo. Lo fue, y personal, intransferible, voluntario. Pensado como un gesto significativo, una expresión de distanciamiento con el Rey, una afirmación de laicismo, acaso un reflejo de rechazo a la posibilidad de tener que saludar a Trump o de que éste le hiciera un desaire esquivo. Lo cierto es que sólo ha logrado que nadie lo echara de menos entre la pléyade de dirigentes europeos –Meloni, Macron, Starmer, Von der Leyen, incluso el saliente Scholz– que hacían ‘networking’ mientras Yolanda Díaz se tomaba ‘selfies’ con María Jesús Montero.
¿Es importante el asunto? Depende. Es simbólico, y Sánchez tiene sobradamente demostrado el interés que concede a los simbolismos. Si quiso convertir su incomparecencia en un guiño, el resultado ha sido un fracaso propagandístico: pasaron cosas y él no estaba en su sitio. Ha medido mal, él sabrá por qué, y se ha quedado fuera de una reunión con mucho más alcance político del que estaba previsto. Mal mensaje para un dirigente acostumbrado a blasonar de su propia relevancia. Alrededor del funeral y en sus vísperas hubo varias entrevistas bilaterales con dos puntos clave: una salida para la guerra de Ucrania y la negociación arancelaria. Quizá algún día pueda hablarse respecto a ambos temas de una ‘pax romana’ fraguada, siquiera en principio, en el entierro del Papa. Sucede que en ninguna de esas reuniones estuvo presente el presidente del Gobierno de España. Por la sencilla, inexplicable e inexplicada razón de que no le dio la soberanísima gana.