El 13 de agosto de 1961 la Postdamer Platz amaneció con un enjambre de guardias de la República Democrática de Alemania y cientos de metros de alambre de espino que sellaron físicamente la división de Berlín Este y Oeste. Antes, de madrugada, se había interrumpido el tráfico del metro –U-Bahn–, el tren de cercanías –S-Bahn–, los tranvías y los autobuses que conectaban ambas zonas y se habían bloqueado sus accesos.
La valla se extendió esa mañana a lo largo de toda la frontera que dividía la capital de la RDA y el territorio de Berlín occidental a través de los barrios de la ciudad: una línea que no distinguía entre calles, avenidas, plazas y viviendas que quedaron partidas. La nítida metáfora del Telón de Acero que había enunciado Winston Churchill en 1946 para delimitar la división entre el bloque soviético y el occidental pasó, de una forma abstracta, a las puntas retorcidas del metal de las vallas aquella mañana de agosto de 1961.
En los días siguientes se terminó de sellar Berlín occidental, el territorio que la República Federal mantenía en la Alemania del Este, que había quedado como una isla en territorio enemigo. Walter Ulbricht, secretario del SED –el partido único comunista– y líder de la RDA había conseguido construir el mayor campo de concentración de la Historia, sólo que éste no era el que pronto quedaría encerrado entre muros de hormigón de tres metros y medio de alto, sino la ciudad y el país que quedaban detrás de ellos.
La orden que acabó por aprisionar a los alemanes y que partió en dos Berlín se alcanzó durante las reuniones del Pacto de Varsovia en Moscú la primera semana de agosto de ese año. «Para evitar las actividades hostiles y la política vengativa de las potencias militaristas de Alemania occidental y Berlín occidental, se establecerá un sistema de control en las fronteras de la RDA, incluyendo los sectores occidentales del Gran Berlín, como existe en todos los Estados soberanos. Se deberá establecer la efectiva vigilancia y control de los límites de Berlín occidental con el fin de detener las actividades subversivas».
Ulbricht comunicó al Politburó del SED, el día 7, la norma que establecía que, para protegerse de Occidente y su amenaza, se debía proceder al cierre definitivo de la frontera entre la RDA y la RFA. La realidad era más bien que las fugas eran constantes y la terrible lógica del confinamiento de los berlineses era inapelable desde su punto de vista: no tenía sentido que Alemania estuviera dividida en dos con una frontera que impedía su paso desde 1958, cuando Berlín permanecía abierto al tránsito entre una y otra. A pesar de los controles y las presiones, era imposible evitar que millares de personas no se pasaran a la Alemania occidental aprovechando las calles de la antigua capital. Más de dos millones y medio de personas habían abandonado el campo socialista a través de Berlín entre 1948 y 1961. Se estimaba, incluso, que en agosto de ese mismo año, aproximadamente 2.000 personas cruzaban diariamente a la RFA sin intención de regresar.
A pesar de las tensiones internacionales, ni EEUU, ni la URSS, habían previsto un giro de los acontecimientos tan drástico. Nikita Kruschev, el líder de los soviéticos que había mantenido con EEUU una larga crisis respecto a la situación de Berlín desde 1958, era reacio a tensar la cuerda. De hecho, la idea de sellar físicamente la ciudad partió del SED alemán y del jefe de Estado de la RDA, Walter Ulbricht, que quería no sólo imponer un control total sobre su población –que protagonizaba la mayoría de las fugas a Occidente– sino forzar al reconocimiento internacional de la RDA, que era ninguneada, como satélite de la URSS, por la mayoría de las potencias occidentales, con EEUU a la cabeza.
Ulbricht presionó a Moscú, y tomó la reunión del Pacto de Varsovia como una victoria personal: procedió a concretar el «cierre de la frontera» que establecía la recomendación del órgano militar del bloque soviético, con la construcción del muro. Envió la orden a Erich Mielke, el omnipresente jefe de la policía represiva del régimen, la Stasi, que reunió a los altos oficiales el 11 de agosto y dio las pautas para comenzar el cierre de Berlín en el mayor secreto.
La operación Rosa, cuya ejecución fue encargada a Erich Honecker, el que sería sucesor de Ulbricht, y entonces jefe de seguridad del partido, era la puntilla final a la crisis de Berlín iniciada en 1958.
El Muro de Berlín nació junto a su hermano mellizo, los intentos de fuga que le convertirían en el símbolo de la opresión del bloque soviético. Al comienzo, simplemente dando un salto para evitar el alambre de espino, –como el célebre soldado de la RDA, Conrad Schumann–, descolgándose desde las ventanas de alguno de los edificios que partió la línea fronteriza, o a través del metro. Los primeros días, sin embargo, Honecker dejó claro su mensaje: el 21 de agosto, Gunter Litfin, un opositor que trató de cruzar a Berlín occidental por el banco del río Spree murió tras recibir un disparo en la cabeza cuando fue sorprendido. Las órdenes de los guardias de la RDA eran disparar a matar.
En pocas semanas se había pasado de la valla a muros de hormigón que rodeaban unos 106 kilómetros. Cuando finalmente cayó, en octubre de 1989, 28 años después, su imagen era la del campo de concentración que había querido Ulbricht: El muro de dos metros que daba a las calles de Berlín oriental era sólo el primer obstáculo. Tras saltar el hormigón coronado con alambre de espino había una valla de metal electrificada que activaba una alarma en las torres de vigilancia. Pasado el segundo obstáculo, seguía una franja de seguridad de varios metros de ancho que incluían picas de acero, donde se encontraban las torres de control, a menudo patrulladas con perros. Tras el área de tierra dominado por las torres, había una serie de desniveles y zanjas para evitar la huida con vehículos que terminaba en el muro exterior, de entre tres y cuatro metros de alto.
Detrás del último obstáculo lo que quedaba era la antigua valla de alambre de espino que se había colocado el 13 de agosto de 1961, y unos pasos después, el límite de la frontera entre Berlín oriental y occidental establecido en 1945 por EEUU, Gran Bretaña y la URSS tras la derrota del Tercer Reich.