Emilio Guevara, EL PAÍS, 5/9/11
El presidente del PNV anuncia otro plan, titulado Euskadi, nación europea. En el camino de la soberanía, para instaurar un nuevo modelo de relación con España, basado en el pacto, que garantice el «derecho a decidir» su futuro. Con distintos juegos de palabras o matices, el PNV pretende introducirnos otra vez en el oscuro callejón sin salida por el que circuló Ibarretxe. Éste justificaba su delirante plan en la muerte por incumplimiento del Estatuto de Autonomía. Ahora ha bastado un puñado de transferencias, cuyo logro se atribuye el PNV, para que se reconozca, dando la razón a quienes nos negábamos a certificar aquel fallecimiento, que el Estatuto está cumplido, pero es insuficiente, por lo que se precisa dar un nuevo paso hacia la «soberanía».
El nacionalismo, que reclama el pacto y luego lo rompe cuando le conviene, es así, y a estas alturas ya nada nos puede sorprender. Ahora bien, hay algo en el anuncio del PNV que no se puede pasar por alto, y es la afirmación de que con esta propuesta persigue mejorar la convivencia y resolver un problema político, cuando lo cierto es que en la propia esencia y naturaleza del nacionalismo está inequívocamente su incapacidad para solucionar los conflictos que provoca y para favorecer una sociedad de ciudadanos libres e iguales.
El nacionalista que se «inventa» una «nación» o «pueblo» necesita establecer cuáles son las características y la filiación que identifican a los integrantes de ese pueblo y que lo diferencia de los demás: la raza, la lengua, ciertas costumbres, etcétera. Necesita provocar y consolidar la diferencia para, a partir de la misma, reclamar un derecho a la soberanía sobre el territorio donde vive ese «pueblo». Necesita imponer un arquetipo de ciudadano que tenga o adquiera -incluso mediante presión- los rasgos supuestamente diferenciadores. Ahora bien, el hombre no tiene una única filiación o identidad, sino múltiples, y el nacionalismo le impide elegir libremente la que considera más importante para él y le fuerza a adoptar una única filiación, un singular y no plural sentido de pertenencia que coincida con ese arquetipo de buen ciudadano.
Quien piensa en nacionalista vasco es incapaz de sustraerse al empeño de adaptar una realidad humana y social, siempre cambiante y compleja, a su idea de cómo deben pensar y sentir los buenos vascos, aunque para ello se haya de utilizar toda clase de medidas que van desde la asimilación forzosa, en el caso de los nacionalistas amables, al asesinato en el caso de los más radicales. En una sociedad nacionalista, la convivencia democrática no es posible.
Por otro lado, tampoco el nacionalismo puede resolver el conflicto que provoca desde el momento en que, como en el caso vasco, reclama una soberanía básica y una capacidad de decisión unilateral sobre un territorio y una población integrada durante siglos en una realidad política y social previa que, guste o no reconocerlo, es España. Quienes benévolamente creen que el conflicto vasco se puede solucionar mediante un pacto, desconocen que nunca un nacionalista va a aceptar un modelo estable y definitivo de integración en el Estado constitucional. Si el Estatuto de Gernika es sólo un peldaño hacia la soberanía, también lo será la nueva propuesta que se anuncia, y así hasta conseguir la utopía final: la secesión y la consecución de un Estado propio. Para quien razona en términos nacionalistas, no caben concesiones o arreglos con quien le discute su pleno dominio o disposición sobre el territorio que reclama. Cuando hoy, como ayer, el PNV dice que quiere resolver un problema político, cual es el «encaje» de Euskadi dentro de un Estado plurinacional, nos coloca una vez más un señuelo para desviar la atención del ciudadano sobre su pretensión última e indeclinable: la independencia pura y dura.
Todo esto resulta mucho más triste si consideramos que no es preciso pensar en nacionalista para defender la existencia de un pueblo con rasgos peculiares, exigir un autogobierno profundo y efectivo, y proteger el euskera y las tradiciones vascas.
Algunos creímos en un momento dado que, si te proponías todo lo anterior, o eras nacionalista o debías votar a un partido nacionalista. Pues bien, esta creencia no por muy extendida es menos falsa. Precisamente porque los únicos titulares de derechos e intereses son las personas, el autogobierno de Euskadi y las políticas de protección de sus lenguas, usos y costumbres, se han de reclamar en nombre, no de una nación, sino de esos mismos ciudadanos, respetando su pluralidad de filiaciones y su libertad para elegir, sin establecer ninguna línea divisoria ni distinguir entre «los nuestros» y «ellos».
Cuando nos enfrentamos a una crisis y a unos desafíos descomunales en todo el mundo, aquí seguimos perdiendo el tiempo y derrochando energías en defender conceptos caducos y superados. Cuando más evidente resulta la creciente interdependencia de los Estados y la necesidad de transferir competencias a instancias supranacionales, aquí seguimos reivindicando una soberanía que en ningún caso tendrá un contenido que justifique romper traumáticamente vínculos sin los que no se puede entender la realidad social vasca.
Cuando se requiere más que nunca de un compromiso y esfuerzo de cooperación y de solidaridad, aquí nos empeñamos en actitudes egoístas y de fomento de la división. Cuando podemos y debemos aspirar a la grandeza que dan el raciocinio y la riqueza de filiación de las personas, aquí seguimos empeñados en ser cada vez más pequeños. Y de todo ello es responsable el nacionalismo, que es así.
Emilio Guevara, EL PAÍS, 5/9/11