HERMANN TERTSCH – ABC – 31/12/16
· Sus últimas decisiones son un ejercicio de petulancia, nula elegancia y falta de lealtad.
Barack Obama se pone duro con Vladímir Putin cuando le quedan tres semanas en el cargo. Y expulsa de Estados Unidos a 35 diplomáticos y agentes rusos, en represalia por el hackeo de ordenadores al que patéticamente aún atribuyen la derrota de Hillary Clinton. «Too little, too late». Demasiado poco, demasiado tarde.
Durante ocho años no ha mostrado Obama sino falta de objetivos, de resolución y firmeza en su política hacia Rusia. Y eso tiene un altísimo precio si está enfrente un chekista sin escrúpulos convertido en autócrata. Putin ha renunciado a la reciprocidad y no expulsará a nadie en lo que es casi un gesto de desprecio al presidente saliente. Y un regalo a Donald Trump. Con el que Putin sabe que entra en un capítulo radicalmente nuevo de las relaciones bilaterales. Putin solo respeta la fuerza y la firmeza. Y eso es lo que espera. La ridícula propaganda sobre la complicidad entre ambos no se sostiene. Ambos quieren buenas relaciones.
Que no podrán darse hasta que se restablezca un equilibrio geoestratégico que se ha roto en perjuicio de Estados Unidos. Y los intereses de la Rusia de Putin y los Estados Unidos divergen dramáticamente.
Barack Obama recibió, nada más llegar a la Casa Blanca, un premio Nobel de la Paz sin merecimiento ninguno. Entonces comenzó una sobrevaloración que Occidente ha pagado cara. Su maravillosa oratoria, la buena pareja de relaciones públicas con su mujer y una complicidad con los medios a veces obscena han mantenido sólida una popularidad sin relación con la gestión real en su presidencia, mediocre en el interior y catastrófica en el exterior.
Ahora Obama da un espectáculo penoso con un activismo furioso con el que quiere condicionar, cuando no sabotear, el comienzo de la presidencia de su sucesor, Donald Trump. Con su castigo a Israel, la expulsión de los rusos o la declaración de parques naturales contra la voluntad de los estados afectados estas semanas son un ejercicio de petulancia, nula elegancia y falta de lealtad al cargo. Un naufragio en toda regla.