Que Alberto Núñez Feijóo se siente más cómodo con el PNV que con Vox no es algo que se nos haya descubierto en estos días, después de saberse que se reunió con Santiago Abascal. Tradicionalmente, la derecha española ha tenido una pulsión por lo regional que la ha llevado a entenderse con los partidos nacionalistas.
Y esto llevó a todos o casi todos los antecesores de Feijóo al mismo error: creer en la lealtad institucional de un nacionalista.
[Creerán que con el EBB podrán pactar legislación económica e incluso medidas en política exterior y que en ningún caso Ortuzar se liará la manta a la cabeza a lo Puigdemont. Y todo porque Feijóo habla de cuentas con Urkullu y no se sabe de qué con Abascal].
Y esto es cosa de dos. Del presidente del PP, que tiene que ampliar el elenco de temas de su conversación política, y del presidente de Vox, que tiene que ir despojándose de adjetivaciones de cabreo y ofrecer algo sustantivo.
El reto lo tienen ambos. Y ninguno de los dos parece dispuesto a asumirlo. Feijóo porque está convencido de poder romper la dinámica de bloques. Abascal, porque lo está de ir andando el camino correcto a la busca del legítimo rédito electoral.
Los dos asientan su postura sobre proyecciones electorales, que son herramienta eficaz para el autoengaño. Por eso saltó la noticia del lado de Vox y no del PP. Porque con la reunión, Vox reafirmaba su relevancia para el futuro. Por eso las cercanías del PP corrieron a informar bajo cuerda de otra reunión tenida por las mismas fechas con Yolanda Díaz para dejar claro que no había preferencia alguna, sino mera cortesía.
[Feijóo se vio con Abascal a solas la semana pasada y se entrevistó también con Yolanda Díaz]
Juego tontorrón en ambos casos. Impropio, de hecho, de quienes dicen moverse por el interés general y el bien del país.
Si asumimos que las decisiones políticas se toman según los incentivos, el PP no tiene ninguno para formar comandita con Vox, ni tan siquiera para hacerle una cucamona una mañana cualquiera de sesión parlamentaria. Lo mismo ocurre con Vox, que puede reeditar en parte la estrategia aplicada al PP de Mariano Rajoy y embarullarse con la idea absurda de que Feijóo es un izquierdista disfrazado de oficial de gestoría.
Pero la política no puede moverse por los mismos mecanismos que las inversiones, por poner un ejemplo. Y la política española necesita urgentemente un entendimiento en la derecha que la dote de estabilidad y sea capaz de contraponer, lo más unida posible, una agenda reformista a la agenda de la izquierda.
Porque las mismas proyecciones que PP y Vox emplean para justificarse indican otra cosa. Que es posible un gobierno de España estable sin que medien nacionalistas vascos o catalanes, ni antisistemas de todo pelaje. EH Bildu incluido, claro.
Hubo una oportunidad parecida hace unos años. Bien lo saben en Ciudadanos. Y se malogró por movimientos trazados a base de supuestos incentivos. El resultado de aquel error, además de la implosión del partido, fue el inicio de lo que hoy tenemos a los mandos.