Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 18/6/12
El catedrático de historia Luis Castells expresó hace pocos días que en el País Vasco resulta preciso un análisis riguroso de la historia reciente que no enmascare responsabilidades, ni las culpas por el horror de la estrategia de persecución de los vecinos por parte de ETA. Avanzó que Euskadi es un ejemplo de mal uso de la memoria y la historia, porque existe una guerra de representaciones para fundir pasado y presente en un magma simultáneo. Un ejemplo muy reciente de ese mal uso es el comienzo de la declaración de la mayoría de presos de ETA el pasado 2 de junio: «El presente conflicto político ha vulnerado los derechos de nuestro pueblo. En la hora del quinto centenario de la ocupación del Estado Vasco (Nafarroa) y del 75 aniversario del bombardeo de Gernika, Francia y España siguen manteniendo la opresión». El objetivo es la negación de la responsabilidad, la negación a la condena de una historia de vulneración de derechos humanos y persecución de sus vecinos. Generar una macrovictimación simbólica en un claro mal uso de la historia y la memoria para diluir primero la crueldad y humillación causada no sólo con el asesinato, sino en cada acto cotidiano de intimidación, de vacío social a los amenazados, de llamadas anónimas, de perversión del lenguaje llamando fascistas a los inocentes, el maltrato de los hijos de los acosados, las agresiones, las manifestaciones pidiendo muertes, la alimentación del odio en niños, las pintadas, el padecimiento de las conciencias de tantos por el miedo… A golpe de macrovíctimas centenarias, reales o no, abotargan sus conciencias y pretenden abotargar las de los demás. Señalaban los presos de ETA que «han sido testigos del sufrimiento de sus víctimas durante generaciones». Obviamente, testigos y ejecutores de la persecución de miles y del asesinato de casi novecientas personas. Ni los presos de ETA que reclaman amnistía y autodeterminación, ni sus mentores políticos han salido de una postura negacionista con respecto a la historia del terror provocada por todos ellos. Se ufanaba una de las líderes de ese mundo preguntando ante un superviviente de un atentado de ETA y varios familiares de asesinados a quién le importa ya la condena. El negacionismo es una forma de inmovilismo, de falta de la más mínima vergüenza, pero como indicó Pernando Barrena, los que hoy son considerados terroristas, puede que mañana no lo sean, depende de quién gane la batalla política. El inmovilismo enmascarado es parte de la estrategia para el poder.
Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 18/6/12