«Vamos a ver si un día hay condiciones y se puede hacer algo», dice el negociador. En ETA y Batasuna existe una convicción bastante firme de que, antes o después, volverán a negociar con el Gobierno. El ministro del Interior debería hacerle ver que en estos momentos están tratando de aplicar una política de firmeza policial y que alentar la esperanza del diálogo es contraproducente, incluso si se piensa en negociar.
Negociar con terroristas debe de ser algo adictivo, porque a cuantos participan en ello les deja una querencia, un retrogusto, que les inocula las ganas de repetir. Eso le pasó a Carod-Rovira y también a Jesús Eguiguren. El negociador es, como corresponde al oficio, hombre discreto y poco dado a salir en los medios. Esa parquedad hace que sus declaraciones adquieran siempre el rango de noticia desde las negociaciones con ETA. Más por el hecho en sí, que por el contenido de sus palabras.
No es improbable que, dentro de algún tiempo, algún dirigente de lo que Eguiguren llama «la izquierda abertzale» diga en un mitin que habría que intentar un proceso de paz y después de algunas discretas conversaciones, ETA declare una tregua. Eguiguren oirá la noticia del alto el fuego en la radio de su coche, igual que el 22 de marzo de 2006. Es probable que vuelva a pararse en el arcén, como hizo entonces, saque de un bolsillo la cassette que llevaba para la ocasión y vuelva a emocionarse oyendo a Pablo Milanés: «Yo pisaré las calles nuevamente/de lo que fue Santiago ensangrentada/y en una hermosa plaza liberada/ me detendré a llorar por los ausentes».
Espera que vuelva a repetirse: «Vamos a ver si un día hay condiciones y se puede hacer algo», aunque comprende que en este momento es imposible.
No es cierto, como dice el PP, que sus palabras den esperanzas a los terroristas. Ya las tenían. En ETA y Batasuna existe una convicción bastante firme de que, antes o después, volverán a negociar con el Gobierno. El ministro del Interior debería hacerle ver que en estos momentos están tratando de aplicar una política de firmeza policial y que alentar, aunque sea con cautelas, la esperanza del diálogo, es contraproducente, incluso si se piensa en negociar.
Las declaraciones del negociador sólo sirven para reforzar la creencia de ETA de que, antes o después, el Estado reanudará las conversaciones. Esto tiene un inconveniente adicional y es que los terroristas tienen un know how algo jodido: siempre tratan de incentivar al Gobierno matando gente. Sean halcones o palomas, ellos quieren forzar otro proceso de paz y tratan de hacerlo con sangre. Estos deseos, por otra parte, no suelen ser bien recibidos por las Fuerzas de Seguridad, cuyos agentes se juegan la vida mientras los políticos esperan la hora de negociar.
«Tendríamos que ser mucho más exigentes», dice, en alusión a que ETA debería dejar las armas como un requisito previo. Ya fueron muy exigentes la vez anterior. El 14 de mayo de 2005 la noticia que dieron a todos los medios fue: «Los socialistas aceptan dialogar con ETA si ésta deja las armas». La resolución aprobada tres días después en el Congreso fue concluyente, pero se ignoró. No era si, sino para. Dejar las armas no fue el requisito previo, sino el objetivo final, y durante la tregua robaron otras 350 en Francia. Lo había advertido Montesquieu: «La paz no se puede comprar, porque el que la vende está después en una posición mejor para volver a venderla».
La lógica argumental está con los terroristas. Si los etarras dejan las armas, ¿quién querría negociar con ellos, salvo alguien que aspire a los mismos objetivos? ¿Para qué querría hacerlo? Pongamos el ejemplo del especialista policial que da palique a los atracadores encerrados en un banco. Por muy tontos que fueran éstos, no iban a liberar a sus rehenes y soltar las armas, a la espera de que el negociador se comporte como un caballero y les entregue después el buga prometido para darse el dos.
Eguiguren será un negociador, pero no parece un especialista.
Santiago González, EL MUNDO, 6/10/2008