Jesús Cacho-Vozpópuli
«Todos los males implícitos en la Constitución del 78 estaban claros en los años noventa»
Con motivo del cincuentenario de la Editorial Akal, me pide Ramón Akal unas líneas para acompañar la reedición de “El Negocio de la Libertad”, el libro que Plaza & Janés se negó a publicar a pesar de haberlo contratado, y que Ramón valientemente convirtió después en un éxito editorial. “Todo empezó el 2 de septiembre del 97 en un almuerzo en el Hotel Palace de Madrid con Rafael Borrás y Carmen Fernández de Blas, en representación de Plaza y Janés”. Era el inicio de una aventura que originalmente iba a versar sobre la guerra digital que por entonces enfrentaba al Grupo Prisa con la Telefónica de Juan Villalonga, pero que pronto derivó en algo más ambicioso centrado en “el choque de trenes causado por la irrupción del primer Gobierno de la derecha democrática española en el ancho de vía de un Partido Socialista que había descarrilado en 1996, tras casi 14 años de poder por culpa de la corrupción y el crimen de Estado. ¿Cómo luciría España al final de la primera legislatura Aznar? ¿Qué quedaría de aquel paisaje apelmazado y tenso que se encontraron los populares en marzo del 96?”
«Lo que estamos viendo es un clamoroso déjà vu en la historia de este país»
El párrafo parece una copia perfecta del paisaje crispado y sin esperanza que, más de un cuarto de siglo después, luce esta España en descomposición tras siete años de un nuevo Gobierno socialista. En realidad lo que estamos viendo es un clamoroso déjà vu en la historia de este país. Porque todos los males implícitos en la Constitución del 78 estaban claros en los años noventa, ya eran evidentes los agujeros negros del diseño constitucional cuando José María Aznar llegó al poder, ya se habían manifestado de forma desgarrada en 1993, final de la cuarta legislatura socialista, cuando, tras los fuegos artificiales de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, más de un millón de españoles perdió su empleo en apenas 18 meses. En el haber del socialismo cabe apuntar la extensión de los beneficios del incipiente Estado del Bienestar a la práctica totalidad de la población, la democratización del Ejército, con la consiguiente desaparición del riesgo de asonada militar, y la exaltación de una serie de valores laicos imprescindibles para vivir en democracia. En realidad, todo lo bueno que los Gobiernos de Felipe dejaron al país se logró en su primera legislatura (1982/86), con gente tan sensata como Fernández Ordóñez, Boyer o Solchaga en el Ejecutivo. A partir de ahí, la del PSOE es la historia de la maldición de España.
Una historia de corrupción. Una corrupción galopante, que con el propio felipismo alcanzó cotas solo superadas tiempo después por el sanchismo, una corrupción que contaminó todas las intuiciones, lo mancilló todo, todo lo manchó, todo lo pudrió. Valga de ejemplo el caso Ibercorp, con el gobernador del Banco de España, el señor que con su firma certificaba la validez del papel moneda, pillado con las manos en la masa en un caso de flagrante corrupción. “Aquel escándalo marcó el inicio de la lenta descomposición de un régimen con vocación de PRI” (pág. 134 de “El Negocio de la Libertad”). “Gracias al caso Ibercorp quedó al descubierto la quinta columna del dinero que, complaciente, se había metido en la cama con el felipismo”. Y en la cama sigue con el sanchismo. Corrupción y, además, crimen de Estado, los GAL o la tentación de un Gobierno supuestamente democrático de combatir la violencia terrorista al margen de la Ley. Una corrupción que emanaba de la cúpula misma del Estado, de un rey Juan Carlos I convertido a su pesar en prototipo del drama español: el de un hombre sin cuya voluntad de traicionar el mandato de Franco no hubiera sido posible la democracia (o lo hubiera sido de otra forma, quizá violenta), empeñado después en desacreditar, con su conducta desordenada en lo económico y lo moral, esa misma democracia. “¡Y dile a Manolo Prado que se conforme con el 2%, porque eso de cobrar el 20% es una barbaridad!”, Felipe en el Palacio de La Zarzuela a Sabino Fernández Campo, entonces Jefe de la Casa de SM el Rey (pág. 381).
«La nuestra se ha demostrado una democracia sin demócratas, incapaz de regenerarse desde dentro»
En abril de 1993, final de la IV Legislatura González, ya eran más que evidentes los desajustes del diseño territorial -el famoso Estado de las Autonomías-, la cesión de competencias que nunca debieron salir del recinto del Estado, el daño a la separación de poderes (la Justicia ya en manos de los partidos del “turno” por decisión de Felipe), la Ley Electoral, etc., etc. Si este país hubiera dispuesto de unas elites —en lo político, lo económico-financiero y lo social— acostumbradas a vivir en democracia, un nuevo gran pacto nacional tendría que haber puesto manos a la obra en el reseteo de la Carta Magna para haber corregido lo obvio, una vez desaparecida cualquier escusa de golpe militar. Nada se hizo. A nadie convenía ya. Nuestro “régimen de partidos”, PSOE y PP, con la guinda del Rey coronando el pastel y los nacionalismos de derechas catalán y vasco en su papel de monaguillos trincones (además de traidores), habían ya decidido seguir chupando de la ubre del sistema hasta rendirlo por agotamiento. La nuestra se ha demostrado una democracia sin demócratas que, incapaz de regenerarse desde dentro, ha devenido en una crisis terminal de la que probablemente no saldrá por métodos pacíficos.
Eso es lo que fue o vino a representar “El Negocio de la Libertad” en 1999: la evidencia de que el sistema estaba agotado y no daba más de sí. La certidumbre de que era imprescindible una reforma integral del mismo (los problemas de la democracia se resuelven con más democracia), so pena de dejarlo morir por inanición. “Un sistema nucleado en torno a un eje compuesto por Jesús Polanco abajo, Felipe González en el centro y el rey Juan Carlos arriba” (pág. 147). Un sistema al que ya se había incorporado “lo más granado del capitalismo español, principalmente la gran banca, los March, los Ybarra, los Botín…” Los ricos del lugar habían descubierto que era más fácil hacer negocios a la sombra del poder político que en la soledad del libre mercado y ahí siguen mucho tiempo después, salvo honrosas excepciones, rindiendo pleitesía a un sátrapa como Sánchez, siempre en silencio, siempre dispuestos a tragarse cualquier sapo, con la patronal CEOE convertida en un juguete en manos de Moncloa. “El negocio de la libertad” o el relato de quienes hicieron de la libertad un negocio. El viejo desdén por “unas elites carentes de dimensión ética, que siguen haciendo buena esa ausencia de hombres de Estado que denunciaba Azaña o de minorías selectas que lamentaba Ortega” (pág. 426).
«El PP ha desaprovechado dos mayorías absolutas para haber cambiado la faz de España»
Todo pudo cambiar tras la histórica mayoría absoluta de Aznar de marzo de 2000. Pero, tras una primera legislatura más que encomiable, centrada en acoplar la economía española al reto del euro, el líder del PP se olvidó de las reformas para entregarse al boato del poder. La célebre boda de El Escorial dio a los españoles la medida real del personaje, talla que confirmó en los trágicos episodios del 11 de marzo de 2004, los atentados que cambiaron el rumbo de un país menor, incapaz de descubrir a los autores intelectuales de la masacre, seguramente porque no ha querido saberlo, quizá asustado de las consecuencias. Tras los Gobiernos de Zapatero, una España de nuevo quebrada volvió a ponerse en manos del Partido Popular (noviembre de 2011), lista para que un buen cirujano la abriera en canal dispuesto a operar a conciencia. Fue la segunda vez que el PP le ha fallado a este país, un PP que ha desaprovechado dos mayorías absolutas para haber cambiado la faz de España mediante esas reformas en profundidad, tantas veces reclamadas, que una derecha liberal está obligada a protagonizar si quiere ser algo más que el taller de reparaciones de los desastres de la izquierda. La deriva española hacia el abismo no es pues solo culpa de la izquierda, sino también de esa derecha corta de miras, cobarde y acomplejada, muy lejos de la importancia del reto que tenía planteado.
¿Todo mal entonces? ¿Nada bueno en los 50 años transcurridos desde la muerte de Franco? Solo un cínico podría ignorar el maravilloso regalo que para un país atravesado por un largo historial de guerras civiles ha supuesto este medio siglo en paz. Paz y prosperidad. De los 15.077 euros (descontado el efecto inflación, metodología INE) de renta per cápita en 1975 a los 32.590 de 2024, los españoles hemos dado un gran salto adelante, aunque seguimos lejos de la media de la UE, ocho puntos por debajo, tras casi 20 años de estancamiento en lo que a la riqueza de las familias se refiere. Conviene insistir en lo que “El Negocio de la Libertad” puso en evidencia: el régimen lleva dos décadas arrastrándose en lo económico y, mucho más, en lo político, bajo la amenaza sistémica que para las libertades representa un Sánchez convertido en una maquinaria de blindaje personal, de coacción mediática y de corrupción institucionalizada. La Moncloa es la Sierra Morena donde hoy se cobija una banda de malhechores dispuesta a mentir al pueblo, desacreditar a los jueces, perseguir a los medios y robar a los ciudadanos a través de esa máquina extractiva en que se ha convertido Hacienda. Con el terrible dato de ese 28% del censo electoral dispuesto a seguir votándole no importa las fechorías que cometa. Y con Felipe González, el gran protagonista de la transición junto a Juan Carlos I, escondido en un silencio cobarde. Queda un batallón de jueces valientes. España ya no es una democracia y no está claro que en 2027 vayamos a poder votar como hasta ahora. ¿Veremos a Feijóo en Moncloa? Sería la tercera vez que los españoles confían en una derecha claramente en deuda con España. Es hora de reaccionar. Y de felicitar a Ramón Akal por el cincuentenario de su editorial y por el valor de que hizo gala al publicar en 1999 “El Negocio de la Libertad”.