Juan Carlos Girauta-El Debate

No son misioneros, son oenegés opacas nutridas por el estafado contribuyente occidental. La parte del león cubre salarios y gastos de la organización, más mordidas al poder local del país necesitado. No doy simplemente mi opinión; me acojo a las conclusiones del Premio Nobel de Economía Angus Deaton

La racionalidad de nuestras decisiones es ridículamente parcial. Actuamos de acuerdo con intereses y valores aceptados como tales dentro de una comunidad que nos merece confianza, pero los resultados de nuestros actos difieren a menudo de lo esperado, sin que lleguemos siquiera a saberlo. La ayuda al desarrollo es uno de esos casos. En el muy estrecho ámbito de nuestra especialidad, si es que tenemos alguna, podemos llegar a columbrar la forma en que se alinean nuestro libre albedrío, nuestras decisiones (votar, donar…), y sus efectos. Trátese de ciencias duras o blandas, de decisiones económicas o jurídicas (todo el día estamos tomándolas). Incluso de nuestro juicio sobre las decisiones ajenas.

Para empeorar las cosas, la angostura de las especialidades se incrementa. El empeoramiento solo se refiere (reconozco que «solo» es aquí un adverbio arriesgado) a nuestra comprensión del mundo. La otra cara de la moneda es un despliegue de avances tecnológicos que no dejan de mejorar la vida de la gente en la medicina, el transporte, las infraestructuras, las telecomunicaciones. Es sabido que (salvo por el bache de la pandemia) nunca el mundo había sido tan justo y amable con la humanidad. No toda está cubierta, claro, pero nunca tantos han estado cubiertos. Y no es por la ayuda al desarrollo sino por la extensión de las condiciones para que el desarrollo se produzca por sí solo.

Una inmensa industria del lamento atormenta a Occidente mintiendo por sistema, con grandes campañas, sobre la verdadera situación del mundo. Sigue mintiendo al explicar las relaciones económicas como un juego de suma cero (cuando uno gana, es que otro pierde). Vuelven a mentir presentándose como vanguardia de la solidaridad. Para formar parte de ese submundo moral (pocas cosas más repugnantes que el alardeo moral), que es todo un sector profesional, solo necesitas saber cómo aguzar el sentido de culpa ajeno. No son misioneros, son oenegés opacas nutridas por el estafado contribuyente occidental. La parte del león cubre salarios y gastos de la organización, más mordidas al poder local del país necesitado. No doy simplemente mi opinión; me acojo a las conclusiones del Premio Nobel de Economía Angus Deaton. La izquierda lo respetaba por sus estudios sobre igualdad. Les reventó demostrando que la ayuda al desarrollo es contraproducente, así que esa parte se la callan.

Ahora que Trump y Musk han decidido acabar con USAID, el mayor donante mundial de ayuda al desarrollo, el lector común —y no solo él— está desarmado intelectualmente ante la avalancha de consignas que se viene. Demasiados solidarios profesionales se juegan el sustento. Por eso resulta de lo más conveniente que el lector se forme una idea sobre la cuestión leyendo las explicaciones que ofrece a los no especialistas el hombre que seguramente más sabe del asunto en el mundo. Ganará mucho en conocimiento y juzgará con propiedad si lee la tercera parte de ‘El gran escape’ (Angus Deaton), titulada ‘Ayuda’. Vaya directo. Es medio centenar de páginas. Lo agradecerá. Ármese contra la mentira.