Los manejos del bloqueo político enmascaran la calamitosa situación del Psoe, un partido que añade al descuartizamiento de la izquierda europea la ausencia de liderazgo y la peor coyuntura de su reciente historia. Como el Pp, ha perdido votos; pero muchos más. La pérdida tiene, además, dos características agravantes. La primera es que el Psoe ha cedido votos a su izquierda, pero también a su derecha, y esa circunstancia obligaría a una política mucho más sofisticada que la inteligencia del actual grupo dirigente. La segunda es que la gran mayoría de los votos perdidos han ido a parar a un partido, el partido Podemos, con el que el pacto fue imposible, a causa de Cataluña, en la primera hipolegislatura, y que probablemente seguirá siéndolo en esta segunda: otra desventaja respecto del Pp, que ha perdido sus votos en favor de un partido con el que puede gobernar. Rajoy demuestra una indisimulada irritación ante los éxitos de C’s; pero su competencia electoral acaba fraguándose en una alianza. El poder es un bálsamo eficacísimo de las irritaciones. Por el contrario, los votos que han ido del Psoe a Podemos (¡y viceversa!) son votos tirados.
Es plausible que los dirigentes socialistas alerten sobre las letales consecuencias del apoyo a Rajoy: aunque al partido Podemos lo han llevado al rincón de pensar, es capaz aún de dar algún chillido histérico. Pero los socialistas saben que lo contrario tendría también su coste: aun teniendo en cuenta su carácter aproximativo, las encuestas señalan que la mayoría de votantes socialistas prefieren que gobierne el Pp a la repetición electoral. Por esa doble realidad tan descarnada, el no y no socialista no conlleva ninguna afirmación, ninguna alternativa, ningún proyecto. Es el no del nihilismo. El enfermo terminal que se da la vuelta en la cama.