Ana Martín-El Debate

  • El presidente y sus ministros evitan felicitar a la opositora venezolana para no enfadar a Maduro. El Gobierno ya nadaba a contracorriente en la OTAN y con su postura en Oriente Próximo, y ahora esto

El Nobel de la Paz para María Corina Machado fue recibido ayer con un silencio estruendoso en la Moncloa. Con toda la prisa que se había dado un día antes Pedro Sánchez para comentar en X el comunicado de Alberto Núñez Feijóo sobre el aborto –«Isabel, Alberto tiene una carta para ti», ironizó- y, esta vez, se ve que la ocasión no lo merecía. No hizo comentario alguno el presidente ni tampoco el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. Fuentes gubernamentales explicaron que no conviene precipitarse tratándose de un asunto con «impacto diplomático». En otras palabras: el Ejecutivo tenía miedo de la reacción de Nicolás Maduro.

El reconocimiento de la Academia Sueca a la infatigable líder de la oposición venezolana ha sido el tercer golpe a la línea de flotación de la política exterior que viene desplegando Sánchez en apenas una semana. Sumado a la OTAN y Oriente Próximo. Su Gobierno nada a contracorriente en la OTAN, como recordó Donald Trump el jueves, cuando sugirió que «quizás» habría que echar a España de la Alianza Atlántica, dado que se niega a cumplir con el 5 % del PIB de gasto en defensa en el horizonte de 2035 y además presume de ello. Y también nada a contracorriente con su postura frente al proceso de paz entre Israel y Hamás. No solo porque el Congreso aprobara definitivamente el decreto ley del embargo de armas a Israel del Gobierno en vísperas del alto el fuego; sino, además, porque Sánchez no ve con buenos ojos que no se haya incorporado a la mesa de negociación la solución de los dos Estados, patrocinada por él.

Yolanda Díaz directamente llegó a calificar la propuesta de Trump de «farsa». Aunque, el jueves, la vicepresidenta segunda intentó recular tras el cese de los bombardeos y lo definió como «el primer paso para acabar con la mayor atrocidad del siglo XXI». Un profesor de Teoría Política en la Universidad Carlos III, Santiago Gernuchoff, escribió ese día en El País: «Temen que con el alto el fuego se extinga la urgencia de su causa. Cuando la violencia amaina, decae el fervor», criticando así la utilización política del drama de Gaza por parte de la izquierda española y europea.

El jurado sueco reconoció ayer la lucha de Machado por «lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia». Una palabra, la de dictadura, que Sánchez y sus ministros se han negado sistemáticamente a pronunciar para definir al régimen de Nicolás Maduro (al contrario que «genocidio» para definir la matanza de civiles en la franja). Ni siquiera después de las pruebas contundentes sobre el pucherazo en las elecciones presidenciales de julio de 2024. Solo la ministra de Defensa se atrevió en una ocasión a hablar de dictadura, en septiembre del año pasado; y el enfado en la Moncloa por haber dado esa «baza» al PP fue tal -así la definieron-, que Margarita Robles quedó escarmentada y no lo repitió nunca.

Es más. El pasado julio, el presidente viajó a Chile para participar en una Reunión de Alto Nivel convocada por Gabriel Boric, bajo el lema Democracia siempre. Allí compartió tarima y reflexiones, también, con los presidentes de Brasil, Uruguay y Colombia, Lula da SilvaYamandú Orsi Gustavo Petro. En el cónclave aprobaron una declaración conjunta alertando sobre «la internacional del odio y la mentira» que, según ellos, avanza en América y Europa. Pero ni una palabra de las dictaduras de izquierdas que siguen vigentes en el continente americano, llámense Venezuela, Cuba o Nicaragua.

Pero es que, además, Sánchez tiene como asesor áulico a José Luis Rodríguez Zapatero, cuyos lazos con el régimen venezolano son más que evidentes. «El expresidente Rodríguez Zapatero es un hombre honorable, un dirigente político de España», lo defendió hace unas semanas el propio Maduro, después de que el subsecretario de Estado de Estados Unidos sugiriera retirar el visado al expresidente español por su cercanía al dictador venezolano. Puesto que el Gobierno de Trump lo considera el cabecilla del Cártel de los Soles y ha aumentado la recompensa que ofrece por él a 50 millones de dólares.

Llueve sobre mojado para el presidente, que sigue en el furgón de cola de las grandes decisiones en el escenario mundial. El mes pasado, él mismo tuvo que reconocer el TVE que no había sido invitado a la crucial cumbre entre Trump Volodímir Zelenski en la Casa Blanca del 19 de agosto, en la que el presidente de Ucrania estuvo arropado por el núcleo duro de Europa: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el secretario general de la OTAN, Mark Rutte; el canciller alemán, Friedrich Merz; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el de Finlandia, Alexander Stubb; y los primeros ministros del Reino Unido e Italia, Keir Starmer y Giorgia Meloni. Y él no, puesto que sigue pagando la cuenta que dejó a deber en la cumbre de la OTAN de junio en La Haya.