- Creo haber criticado, y lo ratifico, que Vox, además de echar la culpa a los medios, a las encuestadoras y a no sé cuántos culpables más, también podría haber asumido una mínima autocrítica por haber perdido 19 escaños. Yo no soy consciente de que la haya hecho
Antes de que me insulte y agreda la enorme cantidad de lectores de este diario que cada día publican infinidad de comentarios en los que valoran a los columnistas de El Debate –incluso haciendo comentarios bastante irracionales, y en el pasado he puesto algún ejemplo muy explícito de ello– querría hacer un comentario elogioso de las últimas posiciones de Vox. Con algún matiz –con perdón, nadie es perfecto.
Creo que en los últimos meses Vox ha dado al menos dos importantes ejemplos de generosidad con el PP –al margen de otros gestos contrarios. Ya después de las elecciones autonómicas de Cantabria –y en estas páginas ha sido comentado– el PP rechazó el pacto natural con Vox y prefirió el pacto con el regionalismo de Revilla, el traidor que le ha apartado del poder 16 años. Una vez alcanzado ese acuerdo, Revilla traicionó al PP y en la elección del presidente de la Asamblea de Cantabria presentó, sin previo aviso, su propio candidato contra la del PP que quedaba en minoría. Sin negociación alguna, los diputados de Vox dieron la mayoría absoluta a la candidata del PP a presidir la Asamblea pese a que la candidata popular a la Presidencia del Gobierno de Cantabria los había maltratado.
Desde el 23 de julio y en medio de un escenario que nadie previó, el PP ha hablado de múltiples contactos, pero apenas mencionando una conversación de primera hora de Núñez Feijóo con Abascal. Creo haber criticado, y lo ratifico, que Vox, además de echar la culpa a los medios, a las encuestadoras y a no sé cuántos culpables más, también podría haber asumido una mínima autocrítica por haber perdido 19 escaños. Yo no soy consciente de que la haya hecho. Pero el domingo a última hora hizo un gesto mucho más importante: anunciar que votaría la candidatura de Alberto Núñez Feijóo a la Presidencia del Gobierno sin pedir nada a cambio. Ni cargos, ni políticas. Creo que hoy en día casi nadie hace nada así. No negaré que, tras el golpe sufrido, tampoco estaban para ponerse «bravucos», como dicen en mi tierra, pero lo que me parece relevante hoy es reconocer su generosidad.
Este gesto de Vox parece haber servido para otro hecho muy relevante que para muchos era ya indiscutible. Pero nunca está de menos demostrar verdades incontestables. El PNV, uno de los partidos de ultraderecha de España –siendo el otro Junts, como bien explica Alfonso Ussía hoy en estas páginas– había argumentado que no podría ni hablar con un PP que quería formar Gobierno con Vox. Admito que su postura era coherente: Vox aspira a terminar con las comunidades autónomas reformando la Constitución. Comprendo que el que el PNV respaldara un Gobierno con Vox sería como que Toni Nadal, el tío de Rafael al que Núñez Feijóo ha integrado en su fundación, apoyara una política que prohibiera las raquetas. Hombre no. Ya sabemos que el suicidio político es propio de los samuráis y en España parece que no hay. Afortunadamente.
Ante el movimiento de ficha de Vox, el PNV se ha precipitado a descartar toda opción. Ya no se trata de que al PP le pueda apoyar un partido contrario a las autonomías, como al PSOE le apoya un partido golpista, uno liderado por un terrorista u otro por un prófugo de la Justicia. Para el PNV lo más grave entre los cuatro ejemplos es el primero. El de Vox. Porque es el único que les impediría seguir ordeñando la ubre. Y así, mueren.
Dicho todo lo cual, no está de menos reflexionar sobre el punto en el que está la política española en este momento. La fuerza de Vox implica que gobernará el sanchismo porque sin sus votos el PP no puede hacer nada y con ellos tampoco. Les ruego que me disculpen por insistir, pero no paramos de mejorar.