Ibarretxe planteó el derecho a decidir, no como un objetivo, ni como una aspiración a su reconocimiento, sino como una realidad política que va a ser ejercida se pongan como se pongan las instituciones. Se trataba de un choque de soberanías en el que no cabe término medio, por muchos llamamientos al diálogo que se formulen.
He venido a defender el derecho del pueblo vasco a decidir su futuro». «Si vivimos juntos, juntos debemos decidir». La primera frase la pronunció ayer Juan José Ibarretxe. La segunda, José Luis Rodríguez Zapatero. Ambas sirvieron para abrir las respectivas intervenciones en el Congreso y, también, como síntesis de las posturas de cada uno. Ambas reflejan, con circunloquios, el núcleo de la diferencia: el conflicto de la soberanía.
Nadie esperaba flexibilidad y no la hubo. El lehendakari, desde el primer minuto, dejó claro que su objetivo principal es el «derecho a decidir» de los vascos, es decir, la autodeterminación. Ibarretxe planteó el derecho a decidir, sin las constricciones del marco legal, no como un objetivo, ni como una aspiración cuyo reconocimiento se pretende, lo que sería comprensible, sino como una realidad política que va a ser ejercida se pongan como se pongan las instituciones del Estado. Como había ocurrido en otras muchas declaraciones previas de Ibarretxe, en su intervención quedó claro que se trataba de un choque de soberanías en el que no cabe término medio, por muchos llamamientos a la negociación y al diálogo que se formulen.
El lehendakari trató de caricaturizar el rechazo a su plan por parte de una institución democrática y representativa de la voluntad popular, como es el Congreso, presentando esta decisión como si fuera un acuerdo entre dos particulares llamados Zapatero y Rajoy. Se presentó a sí mismo, enfáticamente, como el representante del pueblo vasco y tuvo que padecer que Zapatero le recordara que la soberanía popular correspondía al conjunto de los diputados y senadores y que nadie representa en solitario a todo un pueblo.
Frente al mensaje historicista de Ibarretxe y a la reclamación de derechos colectivos, el presidente del Gobierno esgrimió un discurso inspirado por las tesis de Mario Onaindia según el cual la libertad de Euskadi es la libertad de sus ciudadanos amparada y protegida por la Constitución. Zapatero se movió preferentemente en el terreno de los principios generales, pero fueron principios claros: defensa de la legalidad, de la supeditación de todos los poderes a las reglas de juego y derecho de decisión «todos juntos» en una España plural con capacidad para reconocer las diferencias y el autogobierno de sus diversos territorios.
El discurso del líder del PP fue muy diferente al de Zapatero y, por supuesto, al del lehendakari. Fue mucho más concreto, pegado al suelo de la legalidad jurídica, contundente en las formas y hasta en las ironías. Nadie, desde luego, confundirá las posturas del jefe del Gobierno con las del líder de la oposición, aunque hubo una coincidencia sustancial al considerar ambos que el problema principal del País Vasco es la falta de libertad de muchos de sus ciudadanos. Uno lo puso de relieve citando a Onaindia y otro a Cicerón, pero el fondo fue el mismo.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 2/2/2005