José Maria Carrascal, ABC 22/12/12
El nuevo Gobierno catalán nace, más que como un acontecimiento glorioso, como un velatorio. Y puede que lo sea.
He perdido la cuenta de los gobiernos que he visto nacer en las más variadas circunstancias y lugares. No recuerdo ninguno que haya nacido con tantos recelos, dudas y prevenciones como el que Mas y Junqueras acaban de engendrar, casi como por inseminación in vitro, en Cataluña. Ni con tan poca alegría. Ni una sonrisa, ni un abrazo, ni un brindis. Caras largas por todas partes y palabras lúgubres en todos los labios. No ya en la oposición, donde sería lógico, sino en las propias filas, entre los aliados y seguidores. Lean ustedes «La Vanguardia», con artículos como esquelas. Y puede que lo sean.
Incluso antes de que el Gobierno tome posesión, ya han surgido las primeras diferencias entre los socios. Junqueras asegura que si el Gobierno español pone dificultades para que Cataluña se independice (lo que entra en sus deberes si no quiere ser acusado de incumplirlos), habrá que adelantar la «consulta». Mas ni siquiera la citó. Como la palabra «independencia». Y ¿cómo se entiende eso de que «cuanto se haga en el proceso de dar a Cataluña estructuras de Estado será legal»? ¿Por arte de magia o de birlibirloque? ¿Y si el Tribunal Constitucional dice que no es legal? ¿Se le desobedecerá? ¿Es legal pasarse por el arco del triunfo las sentencias del TC? Ya sabemos que a los militantes de ER les encantaría, ¿pero también a los serios señores de Convergencia, por no hablar de los más serios de Unió?
Quiero decir que se han metido en un buen lío y ellos son los primeros en saberlo. De ahí las caras largas. Como el jugador que ha puesto todo el dinero que le queda a un número, con la esperanza de que un golpe de suerte les salve. Pero la suerte cuenta muy poco en política. Cuenta el poder, el respaldo, la perseverancia, que ellos no tienen. Sin que esta vez puedan echar las culpas a España. Se lo han buscado ellos solos. Antes de lo que esperan, se encontrarán acusándose mutuamente de haber perdido la oportunidad de que «Cataluña se convierta en el nuevo Estado europeo». Y ambos tendrán razón.
Si CiU y ERC se hallan en situación límite, la del PSC es patética. Los socialistas catalanes, como no saben qué hacer, no van a hacer nada. Según dicen, «no van poner palos en las ruedas» del nuevo Gobierno, el que quiere separar Cataluña de España. Como si no fuera con ellos. Y todavía Rubalcaba se atreve a decir que tiene la fórmula para resolver los problemas españoles. Cuando ni siquiera es capaz de resolver los de su partido. Quién sabe si no terminan aceptando la invitación que Mas les ha hecho para unírsele. Serían capaces. A fin de cuentas, ya lo hicieron con Esquerra. Con una diferencia: ahora serían los monaguillos de los independentistas. ¿O lo fueron siempre? Por cierto, ¿saben el último chiste de Zapatero? No cree que Mas sea independentista.
José Maria Carrascal, ABC 22/12/12