Editorial-El Correo

  • El presidente prefiere ignorar el negativo efecto que su ofensiva arancelaria contra el mundo provocará también en Estados Unidos

Parece difícil que los desalentadores registros de empleo que conoció el viernes puedan llevar a Donald Trump a admitir que la desestabilización comercial con la que castiga al mundo se cobrará también su precio en casa. Sobre todo si su reacción, a este revés y a los que vendrán, le acerca a los autócratas con los que simpatiza. Estados Unidos incumplió en julio la previsión de creación de puestos de trabajo -fueron 73.000 y se esperaban al menos 104.000- y vio además volatilizarse, después de una revisión, 258.000 que se habían declarado en mayo y junio. El presidente concentró su indignación en la jefa de la oficina de estadísticas laborales, a la que fulminó después de subrayar que la nombró Joe Biden. Una intromisión política que en adelante socavará la confianza en la integridad de los datos que empresarios, inversores y familias utilizan para tomar decisiones.

Fuera de la corte de aduladores del mandatario se abren paso las advertencias de que la incertidumbre económica, la inflación y la inseguridad normativa desaniman la creación de empleo. Las alertas sobre el gasto en servicios, que lleva tres meses a la baja por primera vez desde 2008. La alarma por el débil consumo general y la atonía del mercado inmobiliario. La Universidad de Yale calcula en 2.000 euros el coste este año para cada estadounidense de la orientación caprichosa que el republicano imprime al país. Y no solo en política económica. Su agresividad contra los extranjeros apunta a una caída drástica del turismo internacional. La crisis de ingresos en Las Vegas ya se ve como el canario en la mina.

El nuevo desorden que promueve Trump llevó al responsable de la Reserva Federal a contrariar la exigencia de la Casa Blanca de una rebaja drástica de los tipos de interés que busca politizar también las decisiones financieras. Jerome Powell sostiene que la decisión unilateral y arbitraria de introducir la mayor subida de barreras arancelarias en un siglo castiga a importadores y minoristas estadounidenses, que trasladan el coste a los consumidores. Mientras sopesa neutralizar a Powell nombrando ya a su relevo, el presidente fija para este jueves la definitiva entrada en vigor de su disciplina comercial para 70 países. La posibilidad de que la estrategia incluya una herida autoinfligida no consuela a los sectores más afectados en todo el mundo, situados ante un doble reto: mantener los ingresos y el empleo y, además, conseguir con urgencia mercados alternativos.