Editorial-El Español
El sondeo de SocioMétrica que hoy publica EL ESPAÑOL apunta a que el PSOE está estrechando la ventaja con el PP en intención de voto, y se coloca a 5,4 puntos de su rival a sólo dos semanas de las elecciones europeas. Los populares obtendrían 24 escaños con el 34,8% de los votos, mientras que el PSOE se quedaría en el 29,4%, situándose en los 20 eurodiputados.
Procede recordar que SocioMétrica fue la casa encuestadora que más se acercó al resultado final de las elecciones catalanas, y la solvencia de sus estimaciones ha revalorizado su prestigio. Los números del sondeo son muy distintos a los del CIS de Tezanos, que pronostica un empate técnico entre PP y PSOE. Pero también se alejan bastante de los que la propia SocioMétrica estimaba este mismo mes.
En el sondeo del 4 de mayo, el PP le sacaba 12,5 puntos en intención de voto al PSOE. Lo cual quiere decir que en sólo tres semanas se han desvanecido más de 7 puntos de ventaja. Tres en la última semana.
Si el PP no logra en lo que queda de campaña revertir este cambio de tendencia, corre el riesgo de empatar o incluso de perder las elecciones europeas. Y de poco le serviría esgrimir que habrá obtenido un resultado muy superior al de hace cuatro años, cuando el partido tocó fondo con Pablo Casado.
Porque pondría al PP en una situación muy delicada, después de haberse marcado el 9-J como un plebiscito sobre Sánchez. Con las cifras actuales, no estaría a su alcance el provocar el efecto de obligar al presidente al adelanto electoral, como le ha exigido Feijóo en la concentración de este domingo en la Puerta de Alcalá.
Para poder mantener el discurso de que los españoles deben acudir de nuevo a las urnas, sobre la base de que existiría un nuevo voto en el ámbito nacional que dejaría desfasado el resultado del 23-J, el PP necesitaría ganar en las europeas por una ventaja mayor de lo que lo hizo en las generales.
De lo contrario, en lugar de ser el liderazgo de Sánchez el que pasara a estar cuestionado, sería el de Feijóo (y la estrategia de Génova) el que quedarían en entredicho.
¿Qué es lo que ha pasado en estos tres meses capaz de explicar la aparente nueva remontada del PSOE? Fundamentalmente, el surgimiento de un nuevo escenario político.
Por un lado, un nuevo escenario a nivel nacional.
En primer lugar, por la movilización de la izquierda tras el amago de dimisión de Sánchez y su campaña contra la «máquina del fango». Tanto para las catalanas como ahora para las europeas, el PSOE se ha lanzado a la estrategia de aglutinar el voto progresista en Sánchez. Desde esta pretensión de un trasvase de votos de Sumar se entiende que el PSOE le está arrebatando a sus socios la iniciativa en cuestiones en las que ellos se habían destacado, como la causa palestina.
En segundo lugar, por el triunfo del PSC el pasado 12-M. La discreta concurrencia en la manifestación de este domingo (que, pese a la guerra de cifras, queda muy lejos de las 170.000 personas que el PP logró reunir el 18 de noviembre) sugiere que la amnistía ya no moviliza tanto como antes. Algo que suscita preocupación en Génova, en la medida en que la habían situado como su principal ariete para la campaña de las europeas.
La rotunda victoria de Salvador Illa no ha servido para redimir ética ni legalmente la Ley de Amnistía, por lo que la razón de la protesta frente a ella se mantiene incólume. Pero sí ha neutralizado la percepción de riesgo que entrañaba como susceptible de reactivar el procés, que es lo que más preocupaba, por lo que se ha revestido de una imagen de utilidad política.
En tercer lugar, un factor a caballo entre lo doméstico y lo internacional, como es el profundo impacto que ha tenido el acto de Vox del domingo pasado, sede de los improperios de Milei y de la nueva incitación a la violencia política de Abascal.
Asimismo, han perdido fuerzas las acusaciones de corrupción que afectan al PSOE. Porque, aun cuando (como destacó ayer EL ESPAÑOL en las nuevas revelaciones sobre el caso Koldo) muchas sospechas están a la espera de ser esclarecidas, lo cierto es que no ha se han producido avances significativos en las investigaciones que comprometan al PSOE. Como tampoco se han sustanciado ninguna de las acusaciones a Begoña Gómez, hoy por hoy exageradas, que continúan circulando.
Por otro lado, el cambio de tendencia demoscópica remite a un cambio de escenario internacional.
Gracias a la buscada confrontación entre Sánchez y Milei (a la que ha contribuido Vox), y ante los indicios de que una extrema derecha crecida se consolide como fuerza emergente en Europa, Sánchez ha recuperado el marco que le permitió resistir el 23-J, para internacionalizar su discurso de freno a la ultraderecha, ahora global. Prueba de este discurso son las palabras de la candidata del PSOE, quien ha afirmado este domingo que «tenemos al presidente del Partido Popular más mimetizado con la ultraderecha».
Además, el foco de la opinión pública española se ha trasladado a Israel, tras el reconocimiento del Estado palestino el pasado miércoles. Un tema sobre el que el PP habla con mucha menos frecuencia y claridad a como lo hace a cuenta de Ucrania.
En definitiva, el peso de la cuestión doméstica, que era el marco favorable para el PP, se ha aminorado, mientras que se ha incrementado (cosa inusual en la política española) la importancia de la política europea e internacional en la campaña.
Pueden mentarse dos indicios muy significativos de cómo el PP no está sabiendo entrar en estos debates con la altura que se le presupondría.
En la concentración de la Puerta de Alcalá, que el PP ha convertido en su principal acto de campaña de las elecciones europeas, no ha intervenido su cabeza de lista, Dolors Montserrat. ¿Les habría parecido razonable que el PSOE hubiera prescindido de Teresa Ribera en su último mitin?
El otro indicio es el pobre nivel de las relaciones internacionales del PP. A Feijóo le falta un referente con autoridad que pueda hablar de política exterior al igual que el PSOE tiene al propio Sánchez, a Albares o a Borrell. Porque el PP podría y debería tener mucho que decir sobre Argentina, Ucrania o Israel en una línea diferente a la del Gobierno.
Toda vez que el pretendido cénit de la campaña europea del PP no ha logrado alentar una movilización masiva, surgen dudas sobre la capacidad del PP de frenar la remontada del PSOE. Se suponía que el 9-J estaba destinado a retomar el ciclo electoral de un PP hegemónico que parecieron reanudar las elecciones gallegas. Y que como tal serviría para poner en crisis al Gobierno de Sánchez.
Pero si no es capaz de darle la vuelta a la campaña, corre el riesgo de que quien salga del ciclo electoral sumergido en una crisis de identidad y liderazgo sea el PP. Y que el reforzado sea, irónicamente, el PSOE, justo cuando la debilidad interna ante la creciente soledad parlamentaria a la que le han condenado sus socios esta semana amenazaba la continuidad de la legislatura. En suma, puede que el 9-J, en lugar del nuevo 28-M que pretendía Feijóo, se convierta en la reedición del 23-J con la que sueña Sánchez.