Carlos García, LA RAZÓN, 24/6/12
Hace decadas, la caída del muro de Berlín supuso un hito en la historia de la humanidad y el final de uno de los totalitarismos más sanguinarios y ruinosos de la historia de los regímenes políticos; el totalitarismo comunista de la RDA, similar a otros, como la Rumanía de Ceaucescu, o las aisladas y empobrecidas Albania, Bulgaria y URSS, entre otros países que han sufrido las dictaduras de extrema izquierda, totalitarias y antidemocráticas, y que afortunadamente ya son regímenes residuales que perviven hoy en día a duras penas en Corea del Norte, Cuba y, en menor medida, China.
Pero en pleno corazón de Europa, en el norte de España, surge un partido supuestamente político, como Bildu-Amaiur-Sortu, que además de representar como sucesor de facto a Batasuna, y por lo tanto al único grupo terrorista activo en Europa como es ETA, también pretende resucitar e implantar en Euskadi un régimen político, totalitario de extrema izquierda – no olvidemos que el ideario de ETA para Euskadi es «independencia y socialismo»–.
Y es que por la gravedad de su vinculación con ETA hay un aspecto no lo suficientemente conocido y nada baladí, pero nada baladí, sobretodo para los ciudadanos que sufren los gobiernos de Bildu, como en Guipúzcoa, San Sebastián, Mondragón y tantos otros, donde se está aplicando a rajatabla en la gestión diaria el ideario que todos pensamos amortizar en Europa tras la caída del muro de Berlín.
Como ejemplos claros están la gestión aislacionista, empobrecedora, y contraria a la libertad de las personas y está la postura contraria y violenta de este mundo hacía el tren de alta velocidad y la discriminación por motivos linguísticos, marginando y excluyendo el castellano, que son tan sólo dos de las maneras con las que Bildu pretende conseguir el aislamiento de Euskadi y el control sobre la libertad de las personas.
Algunos pensamos que esta situación hay que denunciarla pública y claramente antes de que se celebren las próximas elecciones autonómicas, con el fin de que en Euskadi no exista un nuevo muro de Berlín.
Carlos García, LA RAZÓN, 24/6/12