Después de tantos años de mala pedagogía política en Euskadi, en especial después de los últimos diez años de renuncia total a la pedagogía política democrática por parte de los gobernantes, hora es de que alguien se aferre a algunos principios fundamentales de la política democrática sin que el juego de la pelea táctica los borre del mapa.
Es algo curioso lo que sucede con las encuestas y sus resultados en las democracias modernas. No pocas veces se acusa a los políticos de dejarse conducir por lo que dicen las encuestas, a partir de la idea de que no es bueno que los gobernantes se dejen condicionar por lo que éstas dicen, puesto que les impide tomar decisiones con la visa puesta en el largo plazo.
Por otro lado, sin embargo, se recurre a lo que las encuestas dan a conocer como estado de opinión como si se tratara del mismo oráculo de Delfos y de su capacidad de descubrir los misterios más recónditos. Si se produce algún escándalo, a las pocas horas contamos con el resultado de alguna encuesta de opinión que nos informa sobre lo que piensa la mayoría de los ciudadanos al respecto, y se utiliza esa opinión para conformar proyectos políticos. Es lo que ha sucedido recientemente con la reacción ante las violaciones grupales llevadas a cabo sobre menores por menores de edad: la mayoría de los ciudadanos piensan que es preciso cambiar la Ley del menor.
En relación a la política vasca, desde el momento en que se publicaron los datos del último Euskobarómetro, no ha habido entrevista a político vasco que no haya incluido una pregunta elaborada a partir de esos mismos datos, por ejemplo el de la mayoría que apuesta por un gobierno de coalición entre PNV y PSE.
Sería demasiado fácil tratar de limitar el significado, mejor dicho, tratar de limitar la interpretación que de cualquier encuesta se pueda extraer, indicando que es preciso mirar al momento en el que se ha llevado a cabo el trabajo de campo, la dimensión de la muestra, la formulación de las preguntas y otras cuestiones, importantes todas ellas para que las encuestas no resulten un instrumento de manipulación de la opinión pública que se quiere conocer.
Pero me parece más importante referirme a otra cuestión de la que los políticos, que con demasiada frecuencia se sienten atrapados por los datos de las encuestas, no son conscientes la mayoría de las veces. Algunos de ellos parecen pensar que las opiniones de los ciudadanos surgen como los hongos en temporada si se dan las adecuadas condiciones climatológicas. O como la lluvia si se dan las condiciones meteorológicas adecuadas. Nada hay más alejado de la realidad, sin embargo. De lo que los políticos no son conscientes es de que recogen lo que siembran.
Los políticos y los gobernantes no sólo actúan cuando toman decisiones de gobierno, cuando aprueban proyectos de ley, cuando deciden los presupuestos. Los políticos actúan también, y sobremanera en estas sociedades que llamamos mediáticas, en estas sociedades que denominamos de la comunicación, cuando hablan, cuando se dirigen a los ciudadanos por medio de la palabra. Es más: incluso se podría afirmar que conceden mayor importancia a las palabras con las que visten sus decisiones o sus indecisiones que a estas mismas.
Lo que sucede es que lo que dicen los políticos y gobernantes está sometido a las necesidades de la táctica. Si la oposición acierta con una frase, es preciso contrarrestar su influencia con otra cuya función reside exclusivamente en el corto plazo de evitar los males que puedan causar las palabras de la oposición. Y viceversa. Todos los políticos y gobernantes han aprendido que es preciso ser capaz de formular todo el mensaje en una frase breve, que las matizaciones y las diferenciaciones hay que dejarlas para luego, para más tarde, para nunca.
Y en ese mundo de la táctica a corto, sometida a las necesidades de la confrontación con el resto de políticos y de partidos, se dicen palabras, se articulan frases, se transmiten pensamientos o ideas, o lo que pase por alguna de esas cosas, que sirven en el momento, pero que luego se las vuelven a encontrar cuando quisieran haberlas olvidado: las encuentran en la opinión de los ciudadanos que dicen hoy lo que les dijeron los políticos que había que pensar ayer.
Hubo un tiempo en el que en Euskadi existían autonomistas e independentistas, y algún centralista contumaz. En un momento determinado empezaron a aparecer en las encuestas los federalistas que no eran ni independentistas, ni autonomistas, ni centralistas. Y los federalistas comenzaron a aparecer cuando un partido, el PSE, pensó que podía transmitir esa idea para encontrar un sitio diferenciado en el panorama partidario vasco.
No sería nada difícil ir rastreando en los resultados de las encuestas que se dan a conocer en Euskadi el influjo que en ellos han tenido los discursos, los mensajes usados por los líderes políticos en tiempos anteriores. Los políticos cosechan lo que siembran, pero a deshora. Cuando ya quizá no les interese que nadie les recuerde lo que decían ayer o anteayer. Pero el efecto de su hablar público va más allá de la corta intención táctica del político cuando habla. En el resultado de las encuestas, el político se ve reflejado con un desfase temporal, y no pocas veces no se gusta.
Sería absurdo exigir de la política que dejara de pensar en las encuestas, que supiera dejar de lado el interés del momento, las necesidades de la táctica política, para centrarse exclusivamente en la estrategia de futuro, en el pensamiento y en los proyectos a largo plazo. Seguiremos siendo sociedades mediáticas, sociedades de la comunicación. Y la comunicación y los medios tienen su lógica, también su lógica temporal y su lógica de abreviación de mensajes.
Pero este reconocimiento no debiera significar el desprecio por el largo plazo, por la estrategia, por la necesidad de un discurso que vaya más allá de la satisfacción de necesidades tácticas. Precisamente la constatación de vivir, y de hacer política, en sociedades mediáticas y de la comunicación refuerza la necesidad de desarrollar la capacidad de contar con un discurso serio, dirigido al largo plazo, para lo cual debe asentarse en algunos principios capaces de superar las estrechas condiciones del día a día. De otra forma los gobernantes dejarían de gobernar para pasar a ser gobernados por las circunstancias.
Los políticos y los gobernantes olvidan que cuando representan, cuando actúan y cuando hablan están haciendo pedagogía política. Quizá lo debiera formular de otra forma: olvidan que debieran hacer pedagogía política a través de su representación, por medio de sus actos, en sus palabras. Mucho me temo, sin embargo, que durante treinta años en Euskadi, y en España en general, más que pedagogía política se ha hecho cualquier otra cosa, y si alguna pedagogía han hecho los políticos ha sido una mala pedagogía política.
Si el nuevo Gobierno y la nueva mayoría parlamentaria quieren establecer las bases para un cambio serio en la sociedad vasca, las bases de un cambio de cultura política, tendrán que tener en cuenta algo de lo dicho en las reflexiones que preceden, en lugar de asustarse por un resultado de una encuesta u otra de opinión. Esos resultados debieran servirles, sobre todo, para analizar lo que han hablado mal durante algún tiempo, no para sentirse presos de ese mal decir las cosas de la política.
Después de tantos años de mala pedagogía política en Euskadi, en especial después de los últimos diez años de renuncia total a la pedagogía política democrática por parte de los gobernantes, hora es de que alguien se aferre a algunos principios fundamentales de la política democrática sin que el juego de la pelea táctica los borre del mapa.
Joseba Arregi, en EL CORREO, 9/8/2009