M. García Herrara | J. Ibarra Robles

  • Los aranceles de Trump van de reordenación económica y política. Serán la respuesta coactiva a los desacuerdos. Por ahora China, India y Brasil resisten

Cuando Trump agitó el problema de los aranceles, pensamos en las ventajas de la fortaleza comunitaria. Aislados en nuestros Estados quedaríamos engullidos sin remisión, pero la Unión Europea conseguiría una relación equilibrada. Después del acuerdo alcanzado, las reacciones se mueven entre el rechazo crítico, el consuelo resignado del mal menor y la evidencia de que las expectativas se han frustrado. Como escribió Jorge Manrique, «qué se hizo» de la riqueza y del comercio comunitarios, de la Europa soberana de Macron, de la Europa independiente de Merz, para acabar doblegada en el campo de golf escocés.

Las coordenadas en las que nos desenvolvemos son: por una parte, Estados Unidos con sus problemas estructurales de desindustralización, deuda y déficit presupuestario; por otra parte, la Unión Europea con su neoliberalismo mercantilista, la jerarquía interna, la diversidad de intereses y su división política. Y, sobre ambos, el objetivo estadounidense capital de aislar y frenar a China.

Con respecto a la Unión Europea lo que se sabe del acuerdo leonino es devastador. En esta ocasión, tras las crisis y desafíos retrocedemos espectacularmente. A la imposición de los aranceles, superiores a los británicos, tenemos que añadir los compromisos de adquisiciones energéticas por valor de 750.000 millones, más 600.000 millones en inversiones -según Trump un regalo a disposición de su voluntad-; además, la compra de armamento, las inversiones existentes, la precisión final de los aranceles pendientes -¿qué pasará con los medicamentos, los chips y semiconductores?-… y el daño reputacional. Se difumina la idea de un interés general y se afianza, otra vez, la Europa de los mercados. La Europa antaño madre de ilustres capitanes es hoy madrastra de tecnócratas.

Se sienta un precedente de aceptación de un modelo extractivo -¿de dónde saldrán los 600.000 millones y durante cuántos años?- con una transferencia de riqueza -un nuevo Plan Marshall- que financiará el desarrollo estadounidense. Pero Europa ha prescindido de sus medios de defensa: los aranceles recíprocos, la regulación, la fiscalidad tecnológica.

China progresa con su programación económica y Estados Unidos lo hace con los contratos gubernamentales adjudicados a sus empresas. Europa se obstina en un esquema exportador y de libre mercado en un mundo que ya no existe y renuncia a la programación tecnológica, al desarrollo de la demanda interna y la inversión conjunta. Como los taifas pagaban las parias, nos resignamos al mal menor de pagar las nuevas parias al imperio a cambio de protección.

Estados Unidos, fiel a su historia, dinamita en su beneficio el orden comercial de la globalización y establece las nuevas condiciones para preservar la dupla del dólar y el ejército. A falta de productividad y producción, pretende compensar sus carencias con el esquema extractivo impuesto a los aliados y, en última instancia, a los consumidores norteamericanos. Se crea un modelo de eficaz recaudación con el que mitigar los desajustes internos (bajada de impuestos, deuda) que degenerará en una adicción a los aranceles de la que no será fácil desengancharse. ¿Cómo renunciar a esos ingresos suculentos de billones de dólares que riegan a Estados Unidos y disciplinan a los competidores?

Este proyecto es, también, un banco de prueba para el mañana inmediato comprometido por el nuevo mundo de la Inteligencia Artificial (IA). Aleccionador es el discurso de Trump de 23 de julio en el Auditorio Andrew W. Mellon: «El segundo pilar de nuestro plan de acción para dominar la IA es hacer que todo el mundo funcione con tecnología estadounidense. Y creo que eso es exactamente lo que está pasando ahora mismo. Y creo que va a suceder (…). Y también debemos vigilar a Europa, Asia y todos los países extranjeros para que no adopten normas y reglamentos que les impidan hacer negocios y les obliguen a adaptarse a la IA para cumplir con sus requisitos». El Plan de acción del Gobierno de Trump sobre la IA se propone un liderazgo mundial de EE UU que excluya el modelo tecnológico chino. Con la palanca de los aranceles se intentará que toda resistencia se derrumbe como las murallas de Jericó. Como dijo Roy Batty en ‘Blade Runner’, va a ser «toda una experiencia vivir con miedo. Eso significa ser esclavo», miedo a Trump y sucesores.

Los aranceles no van de déficit comercial sino de reordenación no solo económica sino también política. Serán la kriptonita de la soberanía y la respuesta coactiva a cualquier desacuerdo, ya sea por Bolsonaro, por la reacción a la desinformación, por discrepar en las regulaciones, por el petróleo ruso, por no aceptar la IA… Por ahora, China, India y Brasil (miembros de los BRICS) resisten. Podrían ser un referente.