Teodoro León Gross-ABC
- Como tantas otras cosas, esto es algo que Sánchez mimetizó de Pablo Iglesias, ese pichón que se sentía elegido para asaltar los cielos
Al fiscal general caído le preocupaba, la noche de autos, que le ganasen el relato. ¿Se puede ser más sanchista? Don Alvarone, al final, era más sanchista que Sánchez. Si hay una seña de identidad del sanchismo es precisamente la obsesión por ‘el relato’, ese palabro de los estrategas de la comunicación para la construcción de narrativas emocionales con las que alimentar la polarización: Nosotros, el Bien vs. Ellos, el Mal. De Sánchez se recuerdan unos pocos relatos: los poderes fácticos de los cenáculos de Madrid, la máquina del fango, el muro de la mayoría progresista, la fachosfera… Y ahora llega lo nuevo: ‘el golpismo judicial». Como sostiene Luis María en su ensayo ‘La fuerza del relato. Cómo se construye el discurso ideológico en la batalla cultural’, esas ficciones de seducción actúan como herramientas básicas del poder para la movilización. Con tal de polarizar para salvar la cara, no dudan en envenenar la convivencia y deslegitimar las instituciones.
Como tantas otras cosas, esto es algo que Sánchez mimetizó de Pablo Iglesias, ese pichón que se sentía elegido para asaltar los cielos –expresión mitológica de Marx para la comuna de París y la determinación revolucionaria– y ha acabado pidiendo dinero para montar tabernas con ínfulas. Aquello de Iglesias a Vox: «A ustedes les gustaría dar un golpe de Estado, pero no se atreven». Sánchez, en el proceso de podemización del PSOE que es el sanchismo y que ya hace el partido irreconocible para un socialdemócrata, como intuyó Rubalcaba que ocurriría, se ha apuntado a deslegitimar al Poder Judicial ante el desastre de la condena al fiscal general. Desde el Ejecutivo se ha hablado de «golpe blando contra el Gobierno y contra la mayoría plurinacional y progresista» o de «golpe blando en toda regla», aunque subarrendando la dinamita retórica al socio menor. El relato ha cuajado.
Una vez más esto parte de la investigación a Begoña Gómez. Entonces, en socorro del presidente en aprietos, un puñado de fieles sacó el manifiesto ‘Contra el golpismo judicial y mediático’, en el que se proclamaba que «el ataque de la ultraderecha mediática y judicial contra la esposa del presidente del Gobierno es un nuevo intento de subvertir la voluntad popular expresada en las urnas mediante medios ilícitos«. La lista de firmantes, promovida por Silvia Intxaurrondo, incluía a cientos de periodistas notables. Y ahí siguen erre que erre con la matraca. Ahora los publicistas más conspicuos añaden el »Tribunal Supremo, heredero del franquismo«, pero en definitiva es una idea muy interiorizada. »Los golpes de Estado hoy se hacen desde un plató y en sede judicial«, decía Rufián, e Irene Montero se refería a la »derecha judicial y mediática golpista«. Se trata de crear el imaginario de una derecha golpista de jueces y periodistas a la que culpar del descrédito del sanchismo, cuyo desenlace agónico se ve que será de tierra quemada, arrastrando el prestigio de las instituciones.