IGNACIO VARELA-EL CONFIDEBCIAL
- El objetivo principal del consorcio ‘sánchezpodemita’ en esa votación es claro: llevar ERC al poder y a Pere Aragonès a la presidencia de la Generalitat
Se acabó para estas elecciones la polarización de 2017 entre el bloque independentista y el constitucionalista. Ambos han quedado escindidos. Lo que ahora se dirime es, en primer lugar, quién detentará la hegemonía en el nacionalismo catalán: el duelo final de la batalla entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, enemigos para siempre.
También se buscará consolidar a medio y largo plazo el entendimiento estratégico entre la izquierda española —PSOE y Podemos— y la izquierda independentista catalana —ERC—, en beneficio mutuo.
Con ERC mandando en Cataluña, Iglesias y Sánchez se aseguran la mejor interlocución posible con el socio imperativamente necesario para sostener el ‘bloque histórico’ que asegura aritméticamente su perpetuación en el poder: el resultante de la suma de la izquierda con todos los nacionalismos. Salvo un terremoto electoral provocado por la magnitud de la crisis, la desordenada derecha española no podrá oponer a esa alianza una alternativa ganadora. Sobre todo, porque el principal beneficiario de tal movimiento sísmico sería Vox, lo que fortalecería aún más las opciones de la dupla gobernante.
Con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias mandando en España durante al menos dos legislaturas completas, ERC se garantiza el tiempo necesario de connivencia del Gobierno central para recorrer sin interferencias su camino hacia la secesión. Un camino que ya no pasa por sacar directamente Cataluña de España (ya se intentó y fracasó), sino por sacar primero España de Cataluña. Dos rutas distintas para el mismo desenlace. La segunda es más lenta, pero más efectiva: de hecho, es la única efectiva.
Para ello, ERC necesita hacerse con las riendas en Barcelona y contar con un Gobierno coadyuvante en Madrid. Iglesias y Sánchez están dispuestos a ayudar a lo primero y garantizan lo segundo mientras mantengan el poder… con la ayuda de ERC. Una perfecta sociedad de socorros mutuos.
La concurrencia de intereses entre las partes compone una alineación astral poco frecuente. Cada uno obtiene precisamente lo que busca
La concurrencia de intereses entre las partes compone una alineación astral poco frecuente. Cada uno obtiene precisamente lo que busca. Pedro Sánchez, envejecer en la Moncloa sin otra consideración de país ni de partido. Pablo Iglesias, instalarse duraderamente en el poder, consolidar el cisma populista en la sociedad española y crear las condiciones que hagan viable el proyecto de subvertir el orden constitucional hasta anularlo por completo, sin necesidad de emprender una reforma formal de la Constitución; además de ejercer como gozne imprescindible en el engranaje del Frankenstein, siempre con un pie en cada lado de la frontera.
Esquerra, por su parte, obtendría de entrada lo más importante para ellos: el poder en Cataluña y la venganza histórica sobre el eterno rival convergente, Junqueras bailando sobre la tumba política de Pujol mientras los herederos de este se pelean por los despojos. Además, una dosis caudalosa de influencia y capacidad de chantaje sobre el Gobierno central. Una interlocución privilegiada en lo político y en lo monetario (lo del PNV, corregido y aumentado). Y en la parte estratégica, manos libres para modelar Cataluña y acostumbrar a España hasta el punto de no retorno: que la autodeterminación caiga mansamente en la cesta, como algo natural e inevitable.
¿Es necesario para ello que de las elecciones catalanas salga un tripartito de izquierdas, sea en forma de coalición o de pacto de investidura? No necesariamente. ERC puede mantener formalmente un Gobierno de suma nacionalista, siempre que se respeten las demás condiciones: oposición sumisa de Iceta y Colau, desaparición de todo rastro visible del Estado español en Cataluña y máxima conchabanza recíproca con el Gobierno central. Y, por supuesto, abstinencia estricta de acuerdos con la derecha española (los acuerdos con la derecha catalana son cosa suya). Nada que Sánchez no esté dispuesto a entregar.
Los independentistas suelen ponerse listones fáciles de alcanzar para justificar sus desafueros posteriores. En 2017, fue la mayoría parlamentaria: un escaño más era suficiente para desencadenar la sublevación. Ahora es el 50% de los votos. Claro que llegarán a ese porcentaje, incluso lo rebasarán con cierta comodidad. Lo harán con menos votos que hace tres años, porque el 80% de participación de aquella votación excepcional no se repetirá ni de lejos. También porque la desmovilización será mucho mayor en el antiguo espacio constitucionalista y porque el partido que entonces lo lideró, Ciudadanos, ahora está echando el bofe para no quedar descolgado del pelotón.
Será curioso de ver el doble juego del PSC. Por un lado, su interés estratégico —y el de su jefatura en Madrid— lo aboca a operar como marca blanca de ERC. Por otro, su expectativa inmediata de crecimiento electoral está ligada a absorber buena parte del desplome de Ciudadanos, especialmente en el cinturón industrial de Barcelona. Votantes de origen y sensibilidad españolista, que una vez lo fueron del PSOE (no tanto del PSC), a los que Iceta tendrá necesariamente que hacer algún guiño si quiere recuperarlos y presentar un buen resultado. Seguro que el ubicuo líder socialista encuentra la forma de hacer una cosa aparentando la contraria, es la especialidad de la casa.